por Robert Lozinski
Imagen en contexto original: visionjournal
La figura de Stalin, el tenebroso y discreto inquilino del Kremlin, hechizaba a la gente común con su aureola de padre de los pueblos, con su apasionado interés por forjar una Rusia fuerte e independiente. Se consideraba capaz, como lo fueron antes Iván IV el Terrible, la Imperatriz Catalina o Pedro I El Grande, de asumir tareas históricas. Ni las indiscriminadas depuraciones pararon la propagación del culto. «El Zar siempre era bueno». El pueblo lo amaba por encima de rumores y habladurías. Achacaba los excesos del vojzdi a su entorno. Stalin resultaba inalcanzable para cualquier sospecha. Sus escasas apariciones ante las masas hacían que la responsabilidad de las matanzas recayera sobre sus colaboradores más expuestos a la luz pública.
No aceptaba obsequios. En los regalos que en aquella época le eran enviados desde todos los rincones del país, algunos de ellos obras de incalculable valor artesanal, sólo veía adulación e hipocresía. Incluso terminaban por despertar su ira. Su austeridad era legendaria. Pero, había algo que sí le interesaba; su imagen histórica. Y acabó vislumbrando la mejor modalidad de plasmarla en el cinematógrafo.
Al tirano no le gustaba verse a sí mismo ni tampoco escucharse. Sus propios discursos le ponían nervioso. Pero gozaba como un chiquillo cuando veía películas donde el protagonista era él mismo: el maquillaje tapaba las imperfecciones, el mostacho estaba bien cepillado y el uniforme le quedaba perfectamente. Esta era la imagen que debía perdurar.
En 1942, cuando la Segunda Guerra Mundial ya estaba quemando los confines del país, el tirano encargó a Serguei Eisenstein la filmación de un largometraje sobre Iván IV el Terrible, su personaje histórico predilecto. Conjuntos escenográficos de varios millones de rublos se fueron trasladando a la retaguardia, donde debía desarrollarse el trabajo. Eisenstein no aceptó el encargo enseguida. Tardó dos semanas en tomar la decisión, dificilísima, ya que el mismo Stalin del que dependían las carreras, e incluso las vidas, de Einsenstein y sus ayudantes, era quien al final daba el visto bueno. El dictador hacía todo lo posible para crear en torno al artista un vacío lleno de terror, incertidumbre, desconfianza y muerte.
El Ivan el Terrible de Eisenstein no gustó a Stalin. Rezaba en exceso por su crueldad y errores cometidos y era demasiado melancólico.
– ¿Qué son esos remordimientos? Este no es nuestro gran Zar sino un débil Hamlet. ¿Pero leyó usted siquiera un poco la historia? -preguntó Stalin al artista en el encuentro que tuvieron después de la proyección.
– Sí, la leí -contestó Eisenstein.
Tremendo error; según el protocolo hubiera debido callar.
Aquello era el fin.
Stalin mandó cambiar el final: la película debía acabar apoteósicamente con la victoria de Ivan en una batalla. Eisenstien se negó. Pero no abiertamente, no quería provocar la ira del caudillo. Simplemente decidió aplazar su regreso a los estudios bajo diversos pretextos: el corazón, la enfermedad o cualquier otra cosa. En realidad el maestro estaba esperando la muerte que, según le habían presagiado, debía llegar cuando él cumpliera 50 años. Y la muerte fue puntual.
Es posible que este desenlace dejase a Stalin bastante desconcertado ¿el insensato incumplió una orden suya y él no mandó que fuese ejecutado? Qué bofetada.
“Ivan el Terrible” no fue modificada. ¿Volvió a verla Stalin? ¿Adivinó el mensaje que quiso transmitirle el maestro Eisenstein? En la película, Ivan, roído por los arrepentimientos, reza y pide perdón arrodillado ante los iconos. Esta es la imagen que perduró. Queda por ver si dentro de algunos siglos otro cineasta se compromete a hacer una historia filmada, esta vez sobre Stalin, un Stalin arrepentido y rezando para que Dios le perdone los pecados. El tiempo pasa y, con ayuda de los que siempre sufren, borra las huellas de los crímenes de seres que no merecen el calificativo de humanos.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
3 respuestas a «Stalin el Terrible»
Pues si consideramos a éste y otros personajes… Los problemas de la Humanidad son humanos. Él tras el poder, usted y yo, de la red.
¿Qué tal una película apologética de Zapatero, dirigida por Almodóvar, protagonizada por Zerolo y con escenas de sexo fuerte a cargo de la ministra Pajín? Al final de la tragicomedia, ZP acabaría también arrodillado, pidiendo perdón a Jordi Pujol y a Urkullu por no haberles terminado de otorgar la ansiada independencia que sus razas superiores merecen. El personaje del palanganero Rajoy podría estar encarnado por Chiquilicuatre. Título sugerido: Zapatero el Terrible. Figurantes: 5 millones de desempleados. Posible patrocinador: Lavanda Inglesa de GAL.
Esta historia que cuenta Robert, me ha hecho pensar.
No me gustan los artistas que están al servicio del poder, y pensaba que lo peor que le puede pasar, por ejemplo, a un escritor, es que le prohiban escribir lo que escribe (o lo enchironen por ello).
Pero veo que hay algo peor: que el poder te obligue a trabajar en contra de lo que crees.
Menos mal que Einseistein murió a tiempo.