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Amor de madre

por Marisol Oviaño
Fotografía: Eduardo Navarro

Cada vez que se sube a un escenario, el orgullo se abre camino a codazos entre mis costillas y siento ganas de llorar.

Ya no es aquel niño abandonado que una noche, guitarra y dolor en mano, me dijo enséñame a tocar.
Me estaba pidiendo armas para luchar contra el sufrimiento que lo consumía. Soy escritora, sé de lo que hablo. Pero las armas no sirven de nada si no tienes instinto de lucha y capacidad de sacrificio, de modo que lo puse a prueba: le enseñé dos escalas y le dije que, si demostraba interés, le enseñaría algunos acordes.

Durante muchos días lo oí machacar las escalas una y otra vez durante horas.
– ¿Cuándo me vas a enseñar los acordes?
– Cuando tengas callos en los dedos.

Cada vez que se sube a un escenario, sé que puedo morir tranquila: mi hijo es un hombre.

7 respuestas a «Amor de madre»

Me lo perdí, lástima. Esa tarde-noche anduvimos por la plaza y cenamos en una terraza con unos amigos. Escuchaba la música de fondo, miraba hacia el sonido y veía un escenario de espaldas a la plaza, mirando al ayuntamiento, ¿para quién tocaban los músicos?, ¿para el alcalde?, bien, al margen de ese fallo de logística era agradable escuchar la música de fondo. Torrelodones esa noche de primavera parecía un pueblecito de La Provenza que visité casualmente hace algunos años: había algo de magia en el aire templado. En algún momento sonó un viejo clásico del rock, muy potente, y me levanté y me dirigí hacia el escenario para ver quienes eran los que se habían acordado de aquel temazo, ya muy olvidado y me sorprendió ver que los que lo interpretaban eran apenas unos crios que lo hacían con una seriedad y una dignidad que para si quisieran muchos profesionales. Aquello crecía por momentos, los rif de guitarra se multiplicaban elevando el sonido y las emociones. No sé si tu hijo formaba parte de ese grupo, no fui capaz de reconocerlo con las luces y todo eso, pero al terminar me di cuenta que los chavales ya no parecían tan niños.

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