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Educación General

Maestro, tú a lo tuyo

por Robert Lozinski

En China, Japón o Corea a los niños se les dice la verdad: preparaos que la vida es dura. Y se los educa en consecuencia. Cuando vayas al médico, te va a doler, y el crío, que no es nada tonto, se va preparando mentalmente para el sufrimiento que le espera tras la puerta del consultorio. Algunos incluso se llenan de valentía y te dicen al final felices, papá, no me ha dolido nada y tú piensas satisfecho: la primera batalla, aunque pequeña, al miedo ya ha sido ganada. Si se lo ocultas, te va a increpar, histérico, ¡me has dicho que no me va a doler y mira! Has perdido ya un poco de su confianza en ti, y en sus ojos empiezas a tener algo de adulto gilipollas.

En Europa, Estados Unidos, Canadá y en otras partes civilizadas de la bola terrestre, la tendencia es poner a los educandos maestros blandos, monitores simpáticos, profes majos que hagan de todo menos enseñar, instruir, mostrar el camino a seguir en la vida. Para eso existen ya –agárrense bien- expertos en educación, sicólogos, abogados u otros oficios de traje y corbata que antes de abrir la boca colocan con aplomo sobre una mesa maciza sus carpetas con leyes, normas y reglas. Maestro, tú no te metas, dedícate a lo tuyo y lo tuyo es no gritar, no señalar con el dedo, no corregir –ahí sí que la cagas si te atreves-, no fastidiar.

Pero estos peques que han sido tratados con tanto cariño, cuando llegan a adultos y son aptos para trabajar encuentran jefes despóticos y perversos que les gritan, los señalan con el dedo, los discriminan o los echan a patadas por incompetentes, blandos e inservibles.

Vi en televisión un reportaje sobre la visita en un instituto español de un grupo de alumnos chinos. Sentados todos muy disciplinados –término caído en desgracia por esas tierras nuestras- los estudiantes del país de Mao estaban muy pendientes de las instrucciones de la monitora muy mona que les había sido asignada. Cuando la chica hacía una pausa o salía un rato o simplemente dejaba de hablar por un momento, los jóvenes asiáticos se miraban entre ellos con una expresión de ligero desconcierto en los rostros: ¿y ahora qué sigue? ¿hacemos algo concreto o nos van a tener aquí sentados y cruzados de brazos?

Para los alumnos chinos, japoneses y coreanos, el maestro sigue siendo maestro, con todos los atributos que estas sociedades les han otorgado: enseñar, disciplinar, corregir, abrirles las puertas hacia el conocimiento. Que no les extrañe luego, señores, que sean ellos quienes ganen medallas en concursos internacionales de matemáticas, física o química, con la casi segura perspectiva de conseguir en el futuro puestos de trabajo bien remunerados en empresas europeas o estadounidenses, donde no admiten a nativos que en sus años de aprendizaje fueron tratados con misericordia por sus comprensivos maestros.

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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

4 respuestas a «Maestro, tú a lo tuyo»

Totalmente de acuerdo con tu artículo.
Yo siempre he sido partidiaria de decir a los niños siempre la verdad, y eso me ha costado no pocas broncas con familiares y amigos que eran preferían las mentiras piadosas.

A mi hijo le pusieron gafas a los cinco años y estaba preocupado por lo que dirían sus compañeros de colegio. Su padre, que nunca había llevado gafas, se limitó a mentirle: no pasará nada porque ahora lleves gafas.

Yo, que a los seis años llevaba gafas con un parche en el ojo y conocía la ilimitada crueldad que los niños fuertes pueden dirigir contra un débil, cogí a mi hijo en un aparte y le hablé claramente. Le expliqué que todos los niños se meterían con él, que le llamarían cuatro ojos, lupas, magoo… y que se cachondearían de él. Le expliqué que tenía que tomárselo con sentido del humor: a fin de cuentas, él podía quitarse las gafas en cualquier momento, pero quienes le insultaran no podrían quitarse la estupidez.

Fue al colegio sabiendo a lo que tendría enfrentarse, y por la tarde salió con una sonrisa de oreja a oreja: es verdad, todos me han llamado cuatroojos.

Comprendo hoy, al hilo de tu artículo, por qué sonreía: había descubierto que podía confiar en mí.

Marisol… quizá tu hijo también sonreía porque había descubierto lo fácil que es predecir la estupidez y no así la sabiduría.

Las aulas, los profesores, los alumnos y, por supuesto, también los ¨hogares¨y los padres. Es una amalgama que ultimamente, no hace buena miga. Culpables pufff, ese es el problema, intentar buscarles. En esa búsqueda, nos perdemos aun más. Todos.
Al menos yo, no pido medallas, sino respeto entre la humanidad. Una vez logrado, todos los males estarán sanados y cada uno llegará donde pueda, o donde le dé la gana llegar. Donde le de la gana, respetando a los demás. Claro está. Respeto es la medicina olvidada.

Totalmente de acuerdo con Silasoy-. «En esa búsqueda nos perdemos aun mas. Todos.».Coincido con la medicina olvidada.Susana ( una mujer argentina)

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