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Envejeciendo sin pausa ni prisa

por Marisol Oviaño

El viernes, la niña se pintó los ojos por primera vez, y su hermano llegó a las cuatro de la madrugada; a su edad se espera tanto de los fines de semana…

Cuando salen por la puerta no los envidio: sé lo que les aguarda ahí fuera. Tendrán que enfrentarse a mil peligros en lugares a los que mi ala protectora no puede llegar: la vida social, las borracheras, las drogas, el amor, el sexo… la decepción, la resaca, la adicción, el sufrimiento, los hongos… Y el dinero. No es lo mismo salir con 5 euros que salir con 30.

Ellos no lo saben, pero cada incursión que hacen a la calle son horas de vuelo en solitario, durante las que tendrán que tomar decisiones por sí mismos: decirle a X que es un gilipollas o morderse la lengua, tomar la penúltima o pedir la cuenta, aceptar o rechazar esa invitación a un tiro, mirar a los ojos al novio de la amiga o ponerte hablar con otro, irte a la cama con Y o esperar a conocerla mejor… Aunque ellos crean que la calle sólo es fiesta y diversión; la calle es, en realidad, un simulacro de la vida.

Y en la calle, como en la vida, sólo podrán contar consigo mismos y con las armas que la educación recibida les haya proporcionado. Cada vez que salen, me siento como un instructor de cazas que viera partir a sus pilotos novatos rumbo a la batalla. Cada vez que regresan sanos y salvos, confío en no estar haciéndolo demasiado mal.

No, no me da envidia su vida a estrenar. No quisiera volver a pasar por todo lo que he pasado para aprender lo que ahora les enseño. A mi edad ya no se necesitan planes fantásticos ni multitudinarias fiestas: basta un hermoso atardecer para que merezca la pena estar vivo.

2 respuestas a «Envejeciendo sin pausa ni prisa»

Un hermoso atardecer, una bella luna llena, un aperitivo frente al mar… pequeñas cosas que hacen que merezca la pena estar vivo. Tienes razón. A partir de cierta indefinida edad, descubrimos que los pequeños placeres son más que suficientes, y dejamos de buscar esa felicidad absoluta y a lo grande.

Es cierto Marisol: las simples cosas. Pero para disfrutar a pleno ese hermoso atardecer, tuvimos que aprender todo lo que luego enseñamos a los nuestros, con los mismos temores y alegrias, con sus «planes fantásticos» y sus «multitudinarias fiestas». Hablo también x mi que pasé la adolescencia de mis cuatro hijas mujeres. Hoy una de ellas comienza a sufrir y rogar que el ruido de esa llave x la madrugada sea la de su hijo Franco y entonces: darle un golpecito agradecido a su almohada para conciliar el sueño. Es así , es cíclico. Susana ( una mujer argentina).

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