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General Lecciones de la vida

Prioridades

por hijadecristalero
Imagen en contexto original: eatyourfeelingsrecipesforselfloathing

De pequeña me daban miedo esas casas en las que todos los miembros de la familia andaban sobre un par de trapos de gamuza para no manchar el parquet.

Detrás de aquella costumbre, solía haber madres dispuestas al máximo sacrificio para borrar cada rastro que pudiera dejar su familia; y pasaban la vida preocupándose y amargándose por nimiedades: que uno de sus hijos invitara a un compañero a hacer los deberes, ¡no desordenéis!, que lloviera, ¡baja las persianas para que no se manchen los cristales!, o que alguien dejara señal de su paso por el baño, ¿quién ha sido el último en usar el lavabo?

Antiguamente, las mujeres juzgaban a otras mujeres por lo limpia (o sucia) que estaba su casa. ¿Quién no recuerda esas suegras de las películas españolas que en cuanto llegaban a casa de la nuera, pasaban el dedo por los muebles para comprobar que no hubiera ni mota de polvo? Y el hogar, que debería ser el reino de la mujer, se convertía en una esclavitud que no dejaba tiempo para nada más que limpiar y lamentarse; y la familia, en una insoportable carga que sólo una mártir podría soportar.

No sé si lo de la limpieza en las mujeres es algo genético o una carga cultural tan arraigada como si fuera innata.
Sólo sé que si dedicara mi poco tiempo libre a ser la perfecta ama de casa, no habría quien me aguantara, y sólo me dirigiría a mis hijos para reprocharles lo mucho que me sacrifico por ellos. Y cuando muriera, me recordarían como esa mujer que tenía la casa limpia y la mirada turbia. O como la que les amargó la vida. Y yo prefiero que me recuerden como la madre que se preocupaba por sus problemas e hizo cuanto pudo por prepararlos para la vida, la madre con la que se partían de risa.

Así que yo el tema de la limpieza lo llevo relajado.
Nos hemos repartido las tareas: tres mártires sufren menos que uno solo y le dedicamos el mínimo tiempo posible: la vida es demasiado corta para pasarla limpiando.

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Está bueno el art. Agradezco a mi madre por no haber pasasado el dedo por mueble para probar la limpieza, la pulcritud no fue la escencia familiar mia x ende yo no he mortificado con eso a los mios. Limpieza y orden: necesario. Ojalá trascienda x algo que estoy segura no fue eso.Jamás me recordarán mis hijas. ni los que convivieron conmigo montada en los famosos «patines» de lana para lustre de pisos. ja!! Susana ( una mujer argentina).

Normalmente, se sabe si una mujer es mas o menos feliz, o, lo amargada que está, dependiendo del afán que tenga a la hora de las tareas de limpieza y el orden en la casa. Una mujer que se pasa el día limpiando es porque está amargada, frustrada (no por el hecho de limpiar) sino ella en su interior. Suelen ser mujeres vacías, sin nada mejor que hacer que fastidiar al hijo, al marido, a ella misma. En definitiva, con su manía hace que la vida en la casa sea un calvario. No soporto una casa con cada detalle en su sitio, en la cual, parece que no hay vida, que todo esta expuesto y que nadie lo disfruta. Una casa debe tener movimiento. Una combinación de orden dentro de un desorden, o, viceversa.

La casa de los Martínez era un ejemplo de limpieza, orden y buen gusto.
La señora Martínez se sacrificaba tanto por su familia que lavaba a mano los jerseys con champú, porque así quedaban más suaves.
Su marido y varios de sus hijos eran alcohólicos, pero nunca bebían delante de la madre porque ella no soportaba ver una botella de alcohol (por eso el marido no estaba nunca en casa y los hijos apenas salían de sus habitaciones cuando estaban allí)
Un día que tuvo la ocurrencia de hacer limpieza sin avisar en el dormitorio de uno de los hijos, encontró botellas de whisky vacías en las maletas, en el altillo del armario, en las cajas de zapatos…

Y la buena mujer solucionó el problema de la única manera que sabía: tirando todas las botellas vacías y limpiando. Lo que no se ve, no existe. Jamás, ni siquiera cuando su hijo ingresó con cirrosis en el hospital poco antes de morir, lo habló con él.

¡Qué bueno! Yo tenía una tía así, con los trapitos en el suelo y todo. Y digo tenía, aunque la buena mujer sigue viva, porque hace mucho tiempo que dejé de ir por su casa. Me ponía enferma moverme por un ambiente tan impoluto y tan vigilado. Me hacía sentirme sucia.

Como decía mi madre del trabajo doméstico: «empobrece, embrutece y nadie te lo agradece» asi es que hay que hacer que todos los que comparten un techo colaboren y no exagerar.

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