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Preámbulo

por Miguel Pérez de Lema en Manual de conspiranoia
Fotografía en contexto original: fortegaverso

A veces visito la página de un perturbado que cree firmemente en la existencia de un Plan Mundial para someter a la humanidad a su tiranía. Y no sólo lo cree sino que además afirma que conoce sus planes y pone nombre a los responsables de ese gobierno en la sombra que sólo él y unos pocos visionarios se atreven a desenmascarar

Yo no me creo, claro, una palabra de todo esto, pero reconozco que todas sus paranoias tienen coherencia interna -literariamente, al menos-. Y tienen para mí el gran interés de enfocar asuntos borrosos, poniéndoles fantasía, que es lo único que se le puede poner a lo desconocido. Lo más preocupante es que esos asuntos borrosos parecen estar muy claros para la mayoría de la gente. Por ejemplo, qué es y quién está detrás del terrorismo, qué dimensiones tiene y qué objetivos busca la guerra en Oriente Medio, por qué en el año 2007 seguimos dependiendo absurdamente de unas fuentes de energía del siglo XIX.

He dedicado algo de mi tiempo a escarbar en esos asuntos hasta deducir que estaba equivocado, que no sabía. Y eso es todo lo que sé. A partir de ahí puedo acabar como mi amigo el perturbado que está seguro de que los sionistas son la clave de todas las claves, o creer que estamos en manos de perversos extraterrestres, o que todo esto es un sofisticado holograma que alguien proyecta en mi mente. Da lo mismo. Y de eso es de lo que me interesa hablar, de que en estos asuntos cruciales, para mí, tiene a estas alturas tanto valor un editorial del New York Times, una sesión parlamentaria, o la página del perturbado.

Me cuesta el mismo esfuerzo creer en que un malvado truchimán escondido en una cueva dirige la Tercera Guerra Mundial que creer en el Doctor No. Acepto que no hay evidencias de un plan –algún tipo de plan- para Oriente Medio, que son sólo hechos aislados (dos países invadidos: Irak, y Afganistán; otros dos en Guerra Civil: Líbano y Palestina; tres más con conflictos en sus fronteras: Turquía, Pakistán e Irán), y lo acepto con la misma sonrisa con que podría aceptar que tal vez haya un bunker en algún desierto de Nevada donde se reúnen los Masters del Universo.

No dudo de la comunidad científica cuando me han dicho durante décadas que no hay alternativa a los combustibles fósiles, que en materia de energía no hemos avanzado nada desde los tiempos de la Revolución Industrial, ni se podrá avanzar; que es lógico que en el año 68 pudiéramos ir a jugar al golf a la luna y que hoy sea casi misión imposible; que la neumonía atípica era una intoxicación alimentaria; que el Sida vino de un mono rijoso; que la gripe del pollo me debería haber matado ya, al menos, dos veces en los dos últimos años.

No pongo ninguna objeción a que se pueda desatar el pánico del país más poderoso de la tierra con unos polvos de ántrax y luego no detener a nadie; a que las cajas negras de los aviones del WTC se volatilizaran pero no así el pasaporte de un malvado secuestrador que apareció sobre las ruinas; a que la Torre 7 se cayera por un incendio que afectaba al 2% del edificio; a que la Torre Windsor fuera el desastre causado por la negligencia de una odiosa fumadora y a que las imágenes de los fantasmas –búscalas en la red, yo no las he encontrado- fueran una curiosa ilusión óptica, igual que los butrones de los sótanos; a que el Estado pueda imponer un sistema feudal haciendo que un sector privado pague impuestos a otro sector privado –esa SGAE-, intervenir en un mercado para obligar a vender mercancía que nadie quiere comprar –esa Ley del cine-, pero sea totalmente incapaz de velar porque sus ciudadanos tengan acceso al bien más esencial para la vida humana tras el oxígeno, el agua y la comida.

Me parece razonable creer que los hermanos Kennedy tenían una extraña cualidad para atraer a asesinos solitarios; que al presidente Carrero Blanco lo volaron los gudaris sin que nadie se oliera nada; que el 23 de febrero fue una verdadera sorpresa; que “se sabe todo del 11M” como dijo ¡dos años antes del juicio! nuestro amado presidente; que es una casualidad de lo más trivial que hubiera planes de simulacros de atentados en el mismo día y en los mismos lugares en que explotaron las bombas de Londres; que nuestros soldados están en misiones de paz y por eso cuando palman hay que darles la misma condecoración que si murieran en un accidente de tráfico; que es del todo necesario dejar de fumar en el trabajo mientras nos convertimos en el mayor consumidor de cocaína del mundo; que es inevitable que el voto de un madrileño cuente tres veces menos que el de un ciudadano de una aldea de Vizcaya, y que Izquierda Unida tenga muchos más votos pero la tercera parte de escaños que CIU; que es normal tardar más en darse de baja de una compañía telefónica que en conseguir los papeles del divorcio; que la liberación femenina ha logrado, efectivamente, liberar a la mujer en lugar de atarla doblemente y ha sido un fenómeno espontáneo; que una Ley que propone penas más severas ante el mismo delito dependiendo del sexo del que la infringe es una Ley progresista; que los jueces son independientes; que los periodistas son independientes; que los políticos son independientes; que yo soy libre.

No, no tengo dudas, ni objeciones, creo que todo esto puede y debe ser efectivamente así. Pero al menos déjenme decir que lo creo con la misma firmeza que creo que todo esto puede tener cualquier otra explicación. Las pruebas, en uno u otro caso, son las mismas.

0 respuestas a «Preámbulo»

Una vez más, admirado Miguel, suscribo tu discurso al 100%. Dicho sin ironía, paso del esfuerzo de creer en nada ni en nadie y solo sé que no sé nada.

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