por Juan Hoppichler
Cuadro: Iman Maliki
Mi padre fue un gran médico y hasta cierto punto un intelectual: conocía bien a Hegel y sabía de Historia y Biología. Cuando llegamos a Madrid y se hizo taxista decidió que lo de los libros -y el pensar en general- se había acabado. Renunciar a su inteligencia fue una de las muchas humillaciones a las que se sometió para integrarse en la vida española.
Hizo lo posible para incorporarnos a su cruzada analfabetizadora y, claro, convertirme en un diletante, siempre paseando con algún sesudo tomo filosófico bajo el brazo, fue una manera más de irritarle.
-¡He dicho que nada de libros en esta casa!
Me resultaba divertido provocarle para que gritara sandeces.
Aunque ahora entiendo que esa parte de sí mismo que reprimía reaparecía en forma de depresión. Y que mis pueriles rebeldías no le ayudaban en nada.
0 respuestas a «lector rebelde»
Si un padre quema los libros como se los quemaron a Don Quijote, aunque no lo diga, estará orgulloso de que su hijo sea un desfacedor de entuertos. Y no sé acordará de las viejas depresiones.