Categorías
General

Desmontando el misterio chino

por hija de cristalero
Fotografía en contexto original: julianastorga

En invierno, se pelan de frío.
Su local no tiene calefacción, la puerta está casi siempre abierta y madre e hija atienden a la clientela encogidas dentro de sus abrigos, mientras el padre vigila las obras de la calle fumando un cigarro tras otro.
De nueve de la mañana a once de la noche, esta familia china atiende su negocio. La hija, que es la única que habla español con más o menos soltura, tampoco ha nacido aquí: su acento la delata.

– Qué flío hace hoy.

Cuando comenzó el buen tiempo, la hija me comentaba a diario el calor que pasaban. Por supuesto, el local no tiene aire acondicionado, y ellas están rodeadas de frigoríficos cuyos motores elevan cuatro o cinco grados la temperatura que hace en la calle.

– Mucho caló.

El miedo a lo desconocido se supera conociendo. Día a día, Cocacola a Cocacola he conseguido formar parte del paisaje habitual de esta familia china, a la que, inevitablemente, he cogido cierto cariño: también ellos forman parte de mi cotidianidad. Pero es difícil tratar de poner en práctica la Alianza de las Civilizaciones con gente que no te entiende y te sonríe todo el rato. El padre no habla más de dos o tres palabras: Hola, adiós, hasta luego, y no parece que tenga el más mínimo interés en aprender. A la madre se la ve voluntariosa y comunicativa y ya va chapurreando algo, aunque todavía habla más con sus expresivos ojos. Si supiera hablar español, seguramente sería una impagable fuente de información sobre los usos y costumbres de los inmigrantes chinos. En tres palabras: sería una cotilla.

Me tengo que conformar con tener conversaciones triviales con la hija, que debe tener la edad de mi hijo. Pero mis avances son nulos y desalentadores: en un año, no hemos conseguido pasar del tema meteorológico. Y los chinos siguen siendo un misterio insondable para mí. Ya estaba a punto de tirar la toalla, de rendirme y asumir que nunca podré saber nada sobre la vida que hace esta familia, cuando, el otro día, sucedió algo que no puedo evitar considerar como un gran avance.

Esta semana hemos vuelto a pasar de los 30º a los 13º, y hay que sacar el brazo por la ventana para decidir entre el vestidito de tirantes o el jersey de cuello vuelto. El primer día de este invierno en junio, la hija me miró muy disgustada –como si yo tuviera alguna responsabilidad en la meteorología- y me dijo.

– Qué flío hace ota vez.

Estuve a punto de decirle que yo creía que los chinos estaban más hechos al sufrimiento, pero me limité a sonreír con guasa:

– Siempre te estás quejando: cuando hace frío porque hace frío y cuando hace calor porque hace calor.
– Pero es que –repuso mirándome como quien sabe que tiene un argumento irrebatible- yo ya había gualdado la lopa de invienno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *