por Tímido Celador
Acabo de dejar a la última chica en su casa.
Es la tercera en lo que va de mes. Y estamos a día 12.
Follo con rabia y eso las aleja de mí. Follo con rabia para que sepan que ni de coña volveré a llamarlas por muy bien que me la chupen. Follo con rabia con ellas porque están accesibles, nada más.
En la penumbra de discotecas y bares de copas mis ojos brillan con tal opaca indiferencia, que ellas enredan para devolverme la pasión y convertirme en esclavo de su sexo. Follo, follo, follo.
Debería sentirme de puta madre.
Pero cuando esta chica a la que nunca más volveré a ver desaparece tras el portal, tengo ganas de morirme. Así que, cuando llego a casa, me pongo una última copa. Mientras vivía mi madre no me habría atrevido, pero sé que mi padre se ha trasegado media botella de soberano antes de irse a la cama.
Huelo a sexo. A goma, a polvo rápido, a risitas. Es tan fácil, es tan inútil, es tan asqueroso que tengo ganas de morirme. Y enciendo el ordenador y doy un trago a la copa, y doy otro mientras se carga. Y abro el correo y vomito todas mis ganas de morirme y doy a enviar.
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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 54»
estremecedor, guru, pero encuentro que hay muchos asi, metidos en esa espiral de soledad que pretende resolverse inutilmente con un trago, goma, un polvo, risitas y un correo enviado en medio de la noche. Ni modo.