por Sargento Asuvera
Imagen en contexto original: antibuda
Recojo a la Comandante en una sucia, fría y chorreante calle. Tiene cara de cansancio. Arranco. Echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, como siempre que regresa de predicar en el desierto. Pero no tarda en sentarse y mirar por la ventanilla con una sonrisa que conozco bien: las semillas acaban floreciendo incluso en las dunas más áridas.
Enciende un cigarro, me mira por el retrovisor, la miro, da una profunda calada y se recuesta en el respaldo.
Aguardo el milagro de su verbo.
Que se derrama sobre mí mientras sus ojos descansan la mirada en el paisaje:
“La realidad es algo maleable.
Quienes trabajamos con palabras, sabemos por dónde se cargan. Sabemos cómo hacer que los demás las acepten como suyas aunque contradigan lo que les llega a la retina. Sabemos, incluso, esquivar su trayectoria.
Pero, sobre todo, sabemos poner nombre a las cosas.
Escuchamos a los hombres.
Escuchamos a las mujeres.
A los niños
los ancianos
los ateos
los religiosos
los políticos
la prensa
los alternativos.
Un hombre queda retratado por sus palabras.
Y no por lo que cuentan, sino por lo que ocultan.
Nunca vayas al frente con reclutas que siempre se lamenten, que siempre encuentren culpables y que sólo esperen recibir.
Elige a aquellos que sean capaces de aprender de sus errores.
Al mando de tus hombres, nunca escuches largas justificaciones. Exige brevedad, frases cortas, como: Me equivoqué, Sargento.
Porque en la guerra sólo sirven dos palabras:
Sí y no.
Victoria y derrota.
Vida o muerte”.
Apaga el cigarro.
Nos salimos de la curva.
Y regresamos a nuestro universo de unos y ceros.