por Paco Oviaño
Motorista de plastilina: Eude
Me llama la atención el silencio con el que se ha recibido el artículo del periodista Vicente Verdú, publicado hace ya unos días en el País, cuando parecía que estaba cargado de polémica. Este artículo se titula Pintar sin pintura, en referencia a lo que hacen los artistas actuales más punteros. De hecho, alguno describe así su labor.
El periodista nos habla con claridad, contundencia y lleno de sentido común sobre el arte contemporáneo, las galerías que lo exponen y sus críticos. Da voz a un sentir general. Intenta responder a la pregunta de por qué las galerías están siempre vacías. O de otra manera, por qué el público se siente lejos del arte contemporáneo.
Arguye que este mercado, al que define como intrigante y especulador, está de espaldas a la gente. Que no hay quien entienda los escritos de los críticos. En eso coincido con él, siempre me ha asombrado lo abstrusas que me resultan las páginas dedicadas al arte de un suplemento cultural de cualquier periódico. ¿Por qué se puede entender una crítica de una obra de teatro, de un libro o de una película y sin embargo de una exposición de arte contemporáneo no? Además, hay que señalar que dichas críticas suelen ser, con rigurosa constancia, de eventos organizados en las galerías del “prestigioso grupo galerista Consorcio”.
Parece ser, viene a decir Verdú, que no interesa más que el artista innovador que innova a la hora de elegir los materiales con los que trabaja ¿es que acaso no hay otra manera de innovar? La figura del pintor artesano, intelectual, laborioso, con su pincel, paleta y caballete, es algo arcaico, molesto y aburrido. Una ordinariez, que diría algún galerista.
Estoy totalmente de acuerdo con Verdú en casi todo lo que expone, la única pega que pondría a su artículo es que debería haber escrito más veces eso de “(con excepciones)” porque hay artistas, galerías y críticos que se salvan del rapapolvo.
Curiosamente, los únicos que se han sentido aludidos y que han comentado algo al respecto han sido los del misterioso y desconocido Instituto del Arte Contemporáneo. Será que bajo ese techo conviven críticos y galeristas. Rápidamente contestaron con una patética carta al director en la que vienen casi a pedir que no se deje opinar, en los llamados artículos de opinión, a gente no esté tan enteradilla del mundo del arte como ellos. Como si el arte fuese un campo acotado en el que hay que pedir una licencia para andar y disfrutar por él.
Dicen, literalmente, que escritos como el de Verdú, “destruyen los esfuerzos de los profesionales (ellos mismos) para mantener una comunicación positiva con la sociedad”. Yo me imagino a los críticos, a la vuelta de su visita a la galería de turno, sudando tinta china (con la que luego deben escribir) sobre el folio para darse a entender, para explicarnos qué es aquello que han visto tan sublime, y que de tan profundo, resulta inextricable. Quizá hubiera que darle al personal de dicho instituto algún cursito de escritura. A ver si alguno, accidentalmente, lee esto y se pone en contacto con Proscritos. Ganaríamos todos: ellos, que podrían realmente comunicarse, así serían un poco menos esforzados y tendrían más sentido del humor; el público, porque de una vez por todas podríamos entender el arte moderno; y Proscritos, por un motivo obvio y pecuniario.
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¡Con lo que les ha costado aprender a escribir de esa forma, vamos a venir nosotros ahora a corregirlos!
Es el viejo asunto de las «divinas palabras» del lenguaje técnico, ideado para oscurecer el significado, centrar la atención en el emisor y someter al populacho.
Ahora y siempre.
Totalmente de acuerdo. Esta élite destinada a unos pocos, muy pocos, no les interesea que entremos los demás a desmontarlos el tinglado.
El oficio del pintor como artista plástico está destinado en este país a quedarse en una sombra que no moleste para no despertar las mentes iluminadas, no vaya a ser que nos revolucionemos.
Los críticos se recrean sin decir nada, porque no tienen nada donde pronfundizar.
A mí me interesa bastante el teatro, y hay determinadas críticas que tampoco entiendo.
Ánimo y a por ellos, este mundo puede cambiar
Buenos días, yo soy galerista y encima socio del denostado (y «desconocido», entonces, ¿por qué se menciona?) Instituto de Arte Contemporáneo, por tanto la sombra de la duda se cierne sobre mi cabeza, ya que por lo que leo, estoy cuestionado. No puedo menos que estar de acuerdo que determinado arte conceptual es insondable e ininteligible, pero por suerte no todo el arte contemporáneo es así. El problema radica es que el ejercicio de «generalizar» que unos cuantos practican hace un daño enorme al sector, al mundo del arte. Aquí os aseguro que hay gente que se lo curra todos los días y que no son unos snobs como se pretende transmitir a la gente a través de los medios. Al final los que escriben descalificando el arte contemporáneo lo hacen desde el miedo a lo desconocido, a lo que no quieren comprender. Es más fácil tirarse delante de la tele (a mí me pasa, como a todo el mundo) pero con el arte hay que hacer un poquito de esfuerzo, intelectual y emocional, para entenderlo y para conectar con el artista y eso cuesta demasiado en esta sociedad (me incluyo, yo tanbién soy una persona «normal») narcotizada por el fútbol y la telebasura. Esto no es demagogia, es un hecho.
Por favor, no generalicemos sobre el arte contemporáneo, que es lo fácil y analicémoslo con un poco de buena voluntad que al final es enriquecedor y vale la pena. La historia del arte ha demostrado que los coetáneos de un determinado período o movimiento artístico nunca nunca aceptaron y comprendieron ese arte que entonces era contemporáneo. El mejor ejemplo es el impresionismo que fué tachado de mal arte, criticado y denostado durante todo el siglo XIX, en su nacimiento. Hoy, un siglo más tarde, hay colas kilométricas para ver la expo del impresionismo en la Fundación MAPFRE.
Espero que críticos, galeristas, artistas, comisarios seamos capaces de hacer que el arte de comienzos del siglo XXI sea aceptado antes de que llegue el XXII, más que nada porque no podremos verlo y decir «se demostró que era buen arte»…
De acuerdo en fondo y forma con el artículo de Vicente Verdú cuya frase más esclarecedora es, en mi opinión: «sublime institucionalización del camelo».
La carta de protesta del IAC es prueba feaciente de ello.
Casi siempre que contemplo Arte Moderno o leo crítica sobre él, recuerdo la fábula
«El traje del emperador» en la que dos estafadores convencen a un monarca de que financie una carísima vestimenta que tiene la mágica propiedad de ser invisible a los ojos de los necios. El día de su coronación, el rey desfila desnudo ante el miedo de todos, él mismo incluido, a revelarse como necios.
Tambien recuerdo el vídeo de T5 «Colamos un cuadro en ARCO», cuadro pintado por niños de 2 años y que recibió críticas de expertos y público que dieron por hecho que era una más de las obras expuestas en tan prestigiosa feria.
Buen tema, Paco.
Buenas;
Gracias, Juan, por contestar (y por supuesto también gracias a los demás), lo que habla significativamente de ti.
Pertenezco a un grupo de artistas (Hurgón de boj, recental en la forma y en el nombre, pero añejo en amistades), formado en su mayoría por pintores, del que pronto, espero, tendréis más noticias. Casi todos ellos (yo, como tú, soy una persona “normal”) no hacen otra cosa desde que se levantan hasta que se acuestan que trabajar en sus obras y, en menor medida, intentar darse a conocer.
Estoy totalmente de acuerdo contigo en que generalizar no es nada positivo, y que es más fácil denostar que esforzarse en comprender. No hay ninguna duda de que esto es un mal muy generalizado desde antiguo. Pero, créeme, entre nosotros la telebasura y el fútbol no se encuentra entre las adicciones o problemas que nos disminuyan.
Tildo de desconocido al Instituto de Arte Contemporáneo porque cuando se lo menté a mis colegas pintores (todos ellos más o menos jóvenes y, por supuesto, contemporáneos), ninguno sabía de su existencia, y mucho menos a qué se dedica. Quizás, centrados en su arte, vivan de espaldas al mundo, a la televisión y, algo menos, al interné. Supongo que al público en general lo del Instituto de Arte Contemporáneo les sonará algo así como el Ramiro de Maeztu o el Beatriz Galindo pero en fino.
Pienso que estos debates son altamente positivos para todos, pues si lo que se intenta desde dicho instituto es acercar el arte a la gente, está claro que algo falla y quizá no os hayáis dado cuenta, un poco de reflexión siempre es bueno, y si os ayudamos en ello, bienvenido sea. También nosotros, tanto como público, como creadores, tendremos que reflexionar, siempre, claro está, con vuestra ayuda, para saber a qué se debe esa zanja que nos separa. Lo último que busco, que buscamos, es denigrar gratuitamente y usar la confrontación como un fin, como una salida a la frustración que crea el no comprender lo que se tiene enfrente.
Desde aquí, Juan, te invito a que me invites, nos invites, a pasar por tu galería y, siempre con una actitud constructiva y admitiendo que uno debe esforzarse, si sintonizo al menos un poco con lo que allí se expone, lo propago a los cuatro vientos, y si no, callo, pues mi ánimo es receptivo, busco lo que me hace crecer, lo que no, no merece la pena gastar esfuerzo ni tiempo. Lo mismo vale para cualquier otra galería. Creo que no tienes, tenéis nada que perder.
hola Paco, el IAC no tengo por qué defenderlo pero te recomiendo visites la página web y veas qué hacemos y qué buscamos. Como verás los socios somos públicos y comprobarás que hay cantidad de ARTISTAS precisamente lo bueno del IAC es que hay todo tipo de actores del mundo del arte: busca representar y ser democrático.
Uno de los proyectos en los que trabajo actualemente es un estudio de la presencia de la cultura en los medios y el señor Verdú lo que hemos más que comprobado lo único que hace es DESTRUIR con sus panfletos. Desconozco por qué demuestra esa saña con el arte contemporáneo, quizá sea una tara o un complejo de inferioridad, pero desde luego haciéndose eco de sus opiniones se hace flaco favor al arte en general. No me merece ni un consejo que darle, como mucho que se calle porque alguien dijo que «de lo que no se sabe, mejor es callarse».
Antes de comenzar a opinar en este blog, yo también voy a presentarme como una persona “normal”.
Me da la impresión de que el señor Verdú nos está transmitiendo la realidad que estamos viviendo en estos tiempos que corren, que algunos no ven porque para ellos pasa desapercibido el mundo del arte, y otros quizás cierran los ojos para no ver la situación que se les plantea. En cualquier caso, de alguna forma, la gran mayoría estamos ciegos ante este escenario que se nos presenta.
La verdad es que no me veo con potestad para dictaminar cuál es la respuesta al porqué las galerías hoy por hoy se hayan vacías, quizás esta pregunta deberían hacérsela los propios galeristas, y me van a permitir, poder darles mi opinión ante este escenario, y decirles que, si la vanguardia es algo por lo que los galeristas quieren apostar, y es de sabios aprender de los errores del pasado para no volver a cometerlos, quizás vanguardia sea presentar a artistas, como artistas en nuestro siglo, para que podamos disfrutar de las creaciones que imprimen en sus cuadros, de como fluye la creatividad y como la materializan, para que nuestros descendientes, pasado un siglo, no sean los únicos que tengan que hacer largas colas ante algún museo, galería, fundación… con el privilegio de admirar cuadros que antiguos artistas les dejaron como legado para su disfrute y que en ese momento no podrán entender porque murieron en la miseria, si con el precio que adquiere alguno de sus obras a lo largo del tiempo, podrían permitirse varios lujos, que es lo que hoy nos preguntamos con una gran mayoría de ellos.
Animo a los galeristas a que no permitan que pasemos de largo delante de sus galerías, a que no contribuyan a fomentar la frustración de grandes artistas, a que acepten las críticas y podamos comprender todos (vuelvo a insistir en que «rectificar es de sabios» y hoy por hoy, la libertad de expresión es un derecho), a que nos den el privilegio de poder disfrutar de un arte contemporáneo, de un arte VIVO.
Aprovecho también para animar a Paco y al resto de artistas que componen su grupo para que sigan luchando y creyendo en lo que hacen. Les deseo muchísima suerte a ellos, y a nosotros mismos para que podamos contemplar el esfuerzo que día tras día realizan y también agradecer que nos dejen admirarlo.
Juan ¿ te parece efecto de una tara criticar con dureza la exposición de Chris Ofili (obras realizadas con excremento de elefante) o los descabellados precios de las esperpénticas obras de Damien Hirst? ¿Comparte Vicente Verdú esa tara con los críticos de arte de los principales diarios británicos que denostaron la última exposición de Hirst? (Ver El País)
Yo creo que lo que no favorece al arte contemporáneo es que triunfen seudoartistas como el mencionado. Estoy de acuerdo en que no se puede generalizar pero desde mi «inexperta normalidad» me parece muy injusto comparar a los impresionistas con la mayoría de los artistas conceptuales al uso y espero que las futuras generaciones no hagan cola para ver las obras de éstos últimos. Si llega a ocurrir, la pintura y la escultura habrán muerto a manos del llamado arte cotemporáneo.
De nuevo, Juan, te doy las gracias, esta vez además de por contestar, por tu recomendación de visitar la página web del Instituto de Arte Contemporáneo.
No busco, como te decía, la confrontación, y no espero de ti, o de cualquier otro miembro, la defensa del IAC. Lo que sí que me interesa es un intercambio de opiniones y de saberes, o mejor dicho, ser receptor de esos saberes. Yo, si los tuviera, los compartiría.
Por otro lado, yo tampoco quiero defender al señor Verdú, con el que no tengo ningún tipo de vínculo, ni al que idolatro. Pero recientemente ha publicado un artículo titulado Pintar con pintura
en el que habla muy positivamente de una exposición del pintor Canogar (tengo que reconocer que no es uno de mis preferidos) en una de las galerías pertenecientes al Consorcio. Supongo que esto no es DESTRUIR, aunque es cierto que en este artículo vuelve a arremeter contra el mercado del arte contemporáneo.
Puede que la pintura de Canogar ya no sea arte contemporáneo. Yo, como la mayoría de la gente, en esto estoy bastante perdido. A veces, en dicho mercado, parece que contemporáneo es sinónimo de conocido, o más bien de vendible. Aquí se necesita un poco de luz y si alguien con algo de conocimiento pudiera arrojarla sería más que bienvenida.
Por otro lado, no creo que mandar callar a nadie sea un argumento de peso, ni que haga que el público se acerque al arte con ánimo contemplativo.
Estoy totalmente de acuerdo con Antonio Santos, hace daño la comparación de los pintores impresionistas con algunos de los triunfantes artistas contemporáneos, más cerca de las estrellas mediáticas que del sufrimiento de los enfermizos y dolientes Van Gogh o Toulouse-Lautrec. El esfuerzo y sufrimientos de los impresionistas de hoy en día no están en las galerías, sino en artistas que se mueven fuera de ellas.
Sinceramente pienso que en estos momentos hay más gente haciendo cosas buenas, innovadoras y auténticas de lo que tendemos a criticar en la barra de algún bar.
También hay mucha mierda, pero, siempre ha habito impostores. No creo que los tiempos que corren sean menos auténticos en cuanto a formas de expresión de lo que fueron en el siglo XVIII. No olvidemos que el arte es un reflejo de lo que se vive y alomejor habría que plantearse como vivimos en lugar de como y que creamos.
Me niego a desvirtuar la creacción artística por escaparse a mi circuito o por prejuicios.
Y respecto a lo que se dice a cerca de que si el arte es cosa de unos pocos, estoy totalmente de acuerdo, pero igual que los festivales de cine, los recitales de poesia, los conciertos de piano en do menor, las conferencias sobre el acelerador de partículas, el nuevo ABS de Seat y tantas y tantas cosas. No podemos pretender entender y sentir todo lo que se cuece por el mundo y no se puede abarcar todo.
Un saludo
Me sumo a esta polémica con la intención de aportar una opinión personal que se sustenta en diez años en el ejercicio profesional de la pintura como artista-artesano y, a menudo, como comerciante de mi propia obra.
Yo me centraría en el extenso y delicado tema que plantea Moreno-Cid, ya que como pintor es la cuestión que me interesa, de si el sistema cultural vigente tiene la capacidad de adaptar a un colectivo de artistas marginales, a la vez que innovadores, en una condición de normalidad o respetabilidad.
Las causas por lo que en un pasado esto no fue posible no han cambiado en la actualidad. Deberíamos centrarnos en si hoy es posible subsanar esa deficiencia.
La pregunta que planteo básicamente es ¿Existe realmente en este país un circuito comercial del arte democrático y competitivo que permita la proyección profesional de un grupo significativo de artistas con talento?
La respuesta es: No.
En cuanto a la clase dirigente, lo que parece que prima no es dar a conocer a los artistas-artesanos para que puedan vivir dignamente de su oficio, sino que hay otros intereses como apuntarse tantos políticos en sus denominadas iniciativas culturales.
Es evidente que el comercio del arte es algo totalmente necesario, y que debería realizar dos funciones imprescindibles. Por un lado, permitir que los artistas se dediquen a profundizar en sus capacidades; por otro, crear situaciones propicias para que el público pueda disfrutar del trabajo de aquellos.
De lo que se trataría, por lo tanto, es de vislumbrar las razones por las que, en este país, el arte vivo y comprometido no es democrático ni popular, sino que está en manos de una élite que se mueve en un circuito comercial claramente desajustado para cumplir con las funciones antes mencionadas.
Vicente Verdú acierta al afirmar, o eso me parece a mí, que la mayoría de las galerías no ofrecen nada comprensible, ni en cuanto a su estética, ni en cuanto a la relación de ésta con su valor dinerario, tan alejado de las posibilidades reales del público.
Todo esto da lugar a que el público no frecuente dichos establecimientos. Situación que parece que se va a perpetuar si pensamos que no hay intermediarios capaces de acercar al público la propuesta de las galerías (sean o no del Consorcio), utilizando el lenguaje del público y elevando así sus expectativas.
Aquí Verdú pone el dedo en la llaga cuando afirma que algunas galerías están subvencionadas por el estado porque se las considera funcionalmente entidades culturales, pero luego se comportan de manera completamente irresponsable de cara a este privilegio y no nos dan cifras concretas de cuantos visitantes por exposición avalan el derecho de estas subvenciones.
Propongo a los galeristas y a los críticos que se decidan a enriquecer nuestra sociedad ejerciendo su vocación social más altruista, descubriendo una pluralidad latente y de calidad, pues sé de su existencia, y que sean valientes para salvar los escollos, la mayor de las veces oscuros, que se lo impiden.
Es sabido por todos que el problema fundamental del mundo del arte es que el número de artistas trabajando es mayor que el de posibles compradores ¿Por qué en la mayoría de los hogares españoles no se cuelgan obras originales en las paredes?
Son varias las causas que se me ocurren por lo que sucede esto. Las socioculturales, como el tamaño y el uso de las casas, el poder adquisitivo o el bagaje cultural pictórico de las personas, son determinantes y que sólo un sistema educativo o social podría subsanar.
Hay otra, que viene más al caso, que es la inexistencia de un lugar donde el público pueda adquirir obras interesantes a un precio razonable, o en su defecto, que haya un artista cercano con el que colaborar de forma correspondiente y en un justo comercio, sin caer en el amiguismo ni en la limosna.
En esto del Arte, como en el amor, no hay expertos, sólo almas sinceras y sensibles.
Para mí, el sentido que tiene este debate es atraer a él a la máxima cantidad de personas para alcanzar una democratización cierta en la comercialización del arte.
Jose Luis Sevillano