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Gavrila

por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: votrube
gra

Para Gavrila, un crío de 13 años de una aldea rusa, matar significa subir de rango, dar el salto, llegar a un lugar donde por algo así te respetan. Es decir: a chirona. Al chaval le molaría marcarse la piel con un tatuaje hecho allí: una estrella sobre el hombro, una cabeza de gato con sombrero y, ¡ojo!, fumando una pipa, o un cráneo con un puro humeante entre los dientes.
Cada tatuaje tiene una simbología muy precisa. Si a cualquier hijo de su madre se le ocurre hacerse uno en plan gilipollas, le pueden llegar a rajar, pero antes le arrancarán ese pedazo de piel con su carne.
Gavrila está tendido en la orilla del río y sueña con los ojos abiertos. Dos sujetos recién salidos de la cárcel andan por allí y observan al muchacho que se está aburriendo. Se acercan.

– Hola, qué tal.
– Bien. ¿Me dais un cigarrillo?
– Claro.
Fuman.
Uno de ellos tiene una guitarra. Se pone a tocar una canción carcelera. El otro le imita con la voz. Miran correr el agua. Un pájaro vuela hacia ninguna parte.
– ¿Te está gustando, chaval?
– Sí, mucho.
– Así es la vida que llevamos, romanticismo puro. ¿Nos ponemos a tono con unos vodkas, te parece?
– Hombre.
Le dan dinero para que vaya a comprar dos frascos. La vendedora le mira un poco raro. Es para mi viejo. Regresa muy contento y se ponen a beber. Beben a morro y brindan por cualquier cosa. Todo vale; salud, chicas, madre, compańerismo. Trago tras trago van vaciando poquito a poco las dos botellas hasta ponerse ciegos. Se abrazan y empiezan a llorar. Ya son colegas de toda la vida.

– Eres muy listo, chaval. Es una pena que te quedes aquí, en esta jodida aldea. Si te espabilas, la vida puede ser mucha más chula, con más perspectiva. ¿Te gustaría ser como nosotros?
– Hombre.
– Para eso debes hacer algo. Algo grande.
Uno le va deslizando en la palma de la mano una navaja plegable.
– Con esto.
Gavrila asiente.
– Vale.

Un hombre avanza por el camino. Viene de pescar. Probablemente piensa en la sopa de pescado con tomates y pimiento que se va a echar al estómago cuando llegue a casa. Si llega. Silba una melodía lírica. Fiu, fiu, fiu. El día parece que va a tener un final feliz. Se mete un cigarrillo en la boca. Se fija en el chaval que está esperando algo, sentado en una piedra al borde del camino.

– ¿Qué hay, chaval?
– Nada. ¿Tiene fuego?

El hombre busca las cerillas.
A Gavrila la navaja le quema la palma de la mano. Ya no puede aguantar la tensión. Cierra los ojos y le arrea un navajazo en la garganta lo más fuerte que puede. El tío lanza un berrido de animal degollado. Gavrila no deja de meterle navajazos le dé donde le dé; en la cara, cuello, pecho, hombros. Los dos colegas acuden a echarle una mano y se ponen a machacarlo a patadas para completar el trabajo.
Gavrila se mira la mano con la chirla que chorrea sangre. Acaba de dar el salto. Un compañero lo agarra por los hombros y lo arrastra hacia el río. Tira la navaja al agua y le lava las manos.

Por esa hazaña, a Gavrila le echaron 6 años de reformatorio infantil de alta seguridad. Se ganó a pulso el derecho de marcarse la piel con un tatuaje legítimo, auténtico, fehaciente. Y muy chulo, claro. Ahora Gavrila es una autoridad entre los suyos. Para él, como para miles de preadolescentes, este es el principio, el arranque de una carrera.

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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

0 respuestas a «Gavrila»

¿En esa aldea se pasan miserias? En los sitios en los que trabajar sólo sirve para ser esclavo, son frecuentes los niños que matan para ascender. Si no has visto «Ciudad de Dios» (durísima pelicula brasileña) , te la recomiendo: el asesino más joven tiene cinco o seis años.

Pero no sé si lo de la aldea rusa será igual ¿la gente honrada vive allí en la miseria?

Sí, se vive en la miseria y muchas veces los niños de padres completamente alcoholizados y embrutecidos se buscan alternativas de esta manera. Se juntan en bandas de críos criminales donde el grupo serve de sustituto de la familia que no han podido tener. Para la mayoría la cárcel es como una casa donde les dan comida y techo.

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