Categorías
General Series Sexo

El guru y otras hierbas, 42

por Tímido Celador

– Si no se empareja rápidamente, morirá. Y es demasiado pronto para él.
– Y ¿no puedes emparejarte tú con él?
– ¿Yo?- pregunta divertida- No, no soy mujer para él- añade riéndose como si yo hubiera hecho algo muy gracioso-. Él necesita una mujer joven, alguien que le escuche arrobada. Lo último que necesita Santiago es una mujer que le haga sombra.

En sus ojos brilla una tentadora promesa de peligro que me atrae y me asusta a la vez. Mete el tenedor en el agua en que los spaghetti hierven. Como si no se hubiera acostado con él y conmigo, como si no me hubiera pedido que buscara una mujer a su otro amante, como si esta conversación no me estuviera excitando.

Hace días que espero escuchar una invitación a que nuestros cuerpos vuelvan a mancharse. Llevo esperándola desde que me dijo que ser importante en su vida depende de mí, desde que me pidió que viniera a comer, desde que he entrado por la puerta. Llevo días preparándome para este momento, rumiando cuál será mi respuesta, disponiéndome a ser inmortal en su recuerdo.
Sólo hay una manera de ser importante en su vida sin correr peligro: no volver a acostarme nunca más con ella.
Despertar su deseo y salir corriendo, dejarla con las ganas, ser siempre un objetivo potencial, nunca un objetivo logrado.
Siempre se desea lo que no se tiene.
Lo que pudo ser y no fue.
Esa es la teoría.
En la práctica me estoy calentando. Llevo meses sin catar una mujer, no sé cuándo volveré a tener oportunidad de estar con una y tal vez no vuelva a ver nunca más a ésta. No sé si podré seguir mi plan. Es más, estoy seguro de que no quiero seguirlo. Y decido sacar al Guru de nuestra conversación, soltar lastre. Quedarnos solos, al fin, ella y yo.

– ¿Y tú, qué necesitas?- pregunto preparado para tumbarla sobre la mesa y darle lo que me pida.
– Morir.

Para ver todos los artículos de esta serie, pincha aquí

0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 42»

Dejémoslo en que recolecto bayas; la única presa que motiva mi dentellada mortal corre más que yo. Mi sangre caliente sólo despierta su instinto animal de huída.
Extenuada por lo futil de la espera, abandono la cacería y cambio de menú: las frambuesas logran teñir de rojo mi boca, disfrazando lo que pudo ser y no fue. Espejismos de cortesía para levantar el ánimo y mantener en rango la glucemia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *