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La pelota no se mancha

por Kurtz
Fotografía en contexto original: nodesquehablar
recreo

Siempre me ha resultado difícil hablar de fútbol porque, por encima de todo, el fútbol es un sentimiento.

En la infancia vivía el domingo como un día importante. Era día de precepto y camisa limpia, pero, sobre todo, era tarde de jornada liguera en casa de mi abuelo.

En torno a la radio se respiraba ambiente de fútbol desde primera hora de la tarde. Familiares, amigos, y vecinos, buscaban acomodo como podían en la abarrotada sala. Pronto no quedaba un asiento libre, y había que traer banquetas y taburetes para que los rezagados pudiesen seguir la sesión radiofónica de la mejor forma posible. Entre todo el revuelo, las mujeres iban y venían de la cocina, sirviendo café y galletas, y los caballeros aprovechaban para encender sus enormes cigarros, inundando la casa de humo. Mientras tanto, esperando impacientes que la pelota comenzara a rodar, mis primos y yo releíamos una y otra vez las alineaciones de los equipos en un viejo Marca manoseado para luego recitarlas de carrerilla. Cuando el reloj cantaba las cinco y empezaban los partidos, se apagaban los murmullos y la mirada de todos se centraba en aquella infalible y voluminosa radio de madera.

Jamás olvidaré la retransmisión de aquellos anónimos locutores. Convertían las palabras en imágenes tan nítidas que, cuando nuestro delantero favorito se plantaba al borde del área, todos chutábamos instintivamente queriendo hacer el gol. No se oía ni una mosca, aunque de cuando en cuando y por lo bajini, se lanzaban puntiagudas puyas que provocaban la risa de los presentes y hacían saltar indignados a los seguidores del equipo ofendido. Si la discusión iba a mayores, mi abuelo soltaba un autoritario: “¡Silencio, coño!”, y todos regresábamos al embrujo de las ondas. Los minutos pasaban rápido, y en el descanso la mayoría aprovechaba para dar un repaso a la quiniela y comprobar los resultados, más por demostrar con sus pronósticos lo mucho que sabían de fútbol, que por el dinero del premio. Nadie adivinaba nunca más de diez u once, pero no era importante: los que sabemos de fútbol nunca acertamos quinielas.

Tras los partidos, los niños nos quedábamos a escuchar la tertulia. Que si Kubala era mejor que Puskas, que si Gento era más rápido que Gainza…A veces los mayores se enzarzaban más de la cuenta defendiendo sus posturas, y sonaba algún que otro portazo cuando alguien hacía de sus colores una cuestión de honor. Al atardecer, al calor de las copas de anís y pacharán, la conversación iba alejándose de la actualidad más inmediata, para dejar paso a las anécdotas y a los recuerdos de antaño. En esos momentos, la palabra honda de mi abuelo acallaba paulatinamente las demás voces, hipnotizándolas con historias épicas de fútbol añejo. Solía encontrarlas en recortes de periódicos arrugados, pero en aquella sala repleta, sonaban como la mismísima Iliada.

Abandonados a su voz profunda, en un abrir y cerrar de ojos llegábamos al Monumental de Buenos Aires y disfrutábamos de la mejor delantera de todos los tiempos: la llamada Máquina de River: «Moreno se escapa por la banda y centra a Pedernera, que deja de taco a Labruna para que marqué a placer». Desde allí viajábamos a Turín, y parecía que podíamos abrazar a Mazzola cuando alzaba el quinto Scudetto consecutivo. Cómo llorábamos, rememorando la tragedia aérea de Superga, donde fallecieron todos los jugadores del Torino. Sin descanso, todavía con el pañuelo en la mano, embarcábamos camino de Wembley, a ver entusiasmados a la mágica Hungría vencer a Inglaterra, por 3 goles a 6. Los entendidos contaban que era el mejor equipo de todos los tiempos, y se acababan los adjetivos describiendo el perfecto disparo de Puskas, la clase sin igual de Kubala, o el instinto asesino de Czibor. Y se hacía de noche yendo a Manchester y a Montevideo, en Lisboa o en Dublín.

Llenos de ilusión y fantasía, los niños salíamos corriendo a la plaza, e intentábamos imitar las jugadas de nuestros ídolos con nuestra pelota de trapo. Por nuestras venas corría fútbol en estado puro. Aquellas noches nos sentíamos invencibles bajo la mirada atenta de la luna.

0 respuestas a «La pelota no se mancha»

Hace unos años, en un homenaje que ofrecioron a Maradona en La Bombonera, Diego se dirigió al respetable, casi todos fanátios de la Religión Maradoniana, con las siguentes palabras:»Por muchos errores que uno haya podido cometer…la pelota …la pelota no se mancha!». Y la verdad, que es una frase maravillosa y que define perfectamente la grandeza del fútbol.

Otra joyita publicada estos días en los periódicos de información deportiva, es la declaración de Antonio Cassano en la rueda de prensa de presentación de su segundo libro, «Ya he escrito más libros de los que he leído» (A. C. : comedor de donuts profesional y futbolista en su tiempo libre)

Es cierto, hace un tiempo en mi pais, Maradona dijo de un modo que trascendió en emoción «….. la pelota no se mancha». Define x cierto la grandeza del futbol.Acertada frase de Diego.No debería haber abierto mas la boca sin ese componente genuino, que lo distancia menos del rechazo.No es así,que lástima.Susana (una mujer argentina)-

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