por Juan Hoppichler
Fotografía en contexto original: Noatodo
«Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno.”
Andrew Volstead, en vísperas de la aprobación de la Ley Seca, 17 de enero de 1920
Nuestros progres nos cuentan que la Ley Seca se aprobó porque allá en los Estados Unidos son todos unos puritanos de mente estrecha. Pero la realidad, como siempre, es más compleja. La abolición del alcohol fue una iniciativa comprensible en el contexto y bastante bien intencionada: en un país en continuo crecimiento y con un bienestar sólo soñado una generación atrás, millones de americanos seguían perdiendo oportunidades, hundiéndose en una cultura de pobreza y apatía de la que nunca había sido tan fácil escapar. El responsable de esto era, para los prohombres de la época, el alcohol. Pensaron que proscribiéndolo salvarían al trabajador americano.
Por supuesto fracasaron y favorecieron a la mafia, pero eso sí es de sobra conocido.
Recuerdo que en Dublín me parecía que la prohibición podría entenderse. (En La Ventilla había mucho alcoholismo también, pero aquello no era un barrio si no un cul de sac existencial y económico, así que había otras explicaciones). Irlanda, empero, era diferente. Cuando llegué el país estaba en el momento más esplendoroso de su resurgir económico. Era facilísimo encontrar trabajo, el gobierno regalaba ayudas y pisos, había sueldos para quien quisiera estudiar…Y sin embargo, allí estaban las legiones de irlandeses alcoholizados, perdiendo una vez más todos los trenes posibles. Y esta vez sin ningún enemigo foráneo al que culpar, sólo a los muy gaélicos Jameson y Guinness.
Evidentemente, como estoy curándome del marxismo que mamé con el líquido amniótico e intento ser liberal e individualista, no puedo apoyar ningún prohibicionismo. Pero sí defiendo la buena intención de aquellos políticos idealistas y me conmueve el discurso con el que encabezo este texto. Creo que cualquiera que haya visto la autodestrucción etílica de cerca admitirá que la Ley Seca tenía algo de sentido. Aunque ahora sepamos que no funcionó.
0 respuestas a «Meditaciones resacosas»
Ya sabes que a mí las palabras de Andrew Volstead me parecen las palabras de un ignorante, de alguien que no conoce la naturaleza humana. Comentas, como de pasada, como si no tuviera importancia, que la Ley Seca fracasó.
No se puede pasar eso por alto. La Ley Seca generó un Estado al margen del Estado, la violencia de la mafia, y que los problemas de salud crecieran más rápidamente porque, quienes no tenían para pagar el elevado precio del alcohol de contrabando, fabricaban sus propias bebidas, que eran matarratas que les aniquilaban mucho más rápidamente que el alcohol legal. (Podríamos decir lo mismo de todas las drogas ilegales)
Y viendo la fotografía (que he escogido a propósito), me cuesta creer que esas mujeres de gesto adusto, rancio y amargado, se convirtieran en alegres practicantes del sexo con hombres abstemios. Si tú marido es un borracho, déjale. Si tu marido es un borracho y no eres capaz de ponerle en la calle o salir corriendo, eres tú quien tienes un problema (y hablo por mi propia experiencia)
Pero no condenes a toda la sociedad por culpa de cinco gilipollas.