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Domicilio conocido, 2

por Rodolfo Naró
arthur-rimbaud

La palabra sobrevive. Siempre me han gustado las cartas de amor. Son como un diario al que uno accede para conocer los momentos de felicidad, tribulaciones o avatares de quien escribe. Es vivir otro tipo de ficción, de cierta manera atarnos a la vida del otro, ir descubriéndola y reinventándola poco a poco. Mi curiosidad ha sido tan grande que, cuando era niño, me encontré un cajón del escritorio de mi padre con cartas de amor. El consultorio se comunicaba a mi casa por una puerta que siempre estaba abierta. Los domingos o en las noches, agazapado abajo del escritorio y alumbrado con una lámpara de mano, las leía una tras otra. Eran cartas que le habían escrito sus antiguas novias, con pluma fuente y caligrafía de colegio de monjas. También había algunas de mi madre. En ellas pude leer su romance de casi dos años. Sus idas y vueltas. Sus planes futuros. Los preparativos de la boda. Tantas ilusiones y también desajustes.

Quizá, inspirado por esa manera de narrar tan cercana al corazón, fue que más tarde comencé a escribir mis primeros poemas. A mandar y a recibir mis primeras cartas donde a veces leía en el sobre, domicilio conocido, pues no sólo mi familia y amigos, sino también el cartero sabía dónde soñaba un enamorado. Por medio de la palabra escrita se siguen sosteniendo las parejas, sólo que antes sus cartas subían montañas, cruzaban océanos, sobrevivían guerras y temporales. Ahora las cosas se han simplificado y sólo atraviesan circuitos, pero siempre llegan llenas de luz. Las parejas pueden seguir el día a día del otro con el facebook, única red social a la que pertenezco y que apenas sé manejar, sigo fiel a la pluma y al papel. Aunque en los últimos años, inspirado por la rapidez del correo electrónico he escrito: “Cachorro, como hace tanto tiempo que no te escribo una carta de amor, te mando ésta que, aunque chiquita, tiene todo mi cariño y mi deseo de ti. Has sido lo mejor que me ha pasado en los últimos años y estoy contento con quererte, con que me quieras. Saber que hay alguien que sueña conmigo y duerme a mi lado aunque yo no esté cerca.”

Hace unos días releyendo el libro Prometo ser bueno: cartas completas de Arthur Rimbaud, hubo una que me llamó la atención, en ese ir y venir de la relación amorosamente enferma que tuvo con el también poeta Paul Verlaine y que le escribe desde Inglaterra, presintiendo uno de tantos finales que vivieron y que a continuación transcribo. “Londres, viernes por la noche. Vuelve, vuelve, querido amigo, vuelve. Te juro que seré bueno. Si fui pesado contigo, era una broma en la que me obcequé y me arrepiento más de lo que cabe decir. Vuelve, eso quedará olvidado. Qué desdicha que hayas creído esta broma. Llevo dos días llorando sin cesar. Vuelve. Se valiente, querido amigo. Nada se ha perdido. Sólo tienes que hacer el viaje de nuevo. Aquí viviremos otra vez con valentía. Con paciencia. Te lo suplico. Es por tu bien. Vuelve, encontrarás todas tus cosas. Espero que sepas ahora que no había nada de cierto en nuestra discusión. Qué horrible momento. Cuando yo te hacía señas para que bajaras del barco ¿por qué no volviste? Hemos vivido dos años juntos para llegar a este momento. ¿Qué vas a hacer? Si no quieres volver aquí, ¿quieres que vaya a alcanzarte donde estés? Escucha sólo a tu corazón. Pronto, dime si debo alcanzarte. Contesta pronto, no puedo quedarme aquí después del lunes. No tengo ni un penny ni para depositar esta carta en el correo. Si no he de verte más me matricularé en el ejército. ¿Tú crees que la vida te será más agradable con otro que no sea yo? Piensa. Por supuesto que no. Sólo contigo puedo ser libre y dado que te estoy jurando que seré más amable en lo sucesivo, que lamento la parte que me toca de errores, que por fin tengo la mente clara, que te quiero bien. Si no quieres volver o que te alcance, estas cometiendo un crimen del que te arrepentirás largos años, por la pérdida de libertad y de sin sabores más atroces de los que has sufrido. Después de esto, recuerda lo que eras antes de conocerme. Por favor vuelve. A todas horas rompo en llanto de nuevo. Dime que vaya a buscarte y lo haré. Dime y si no, la única frase verdadera es: vuelve, quiero estar contigo, te amo. Si escuchas esto, demostrarás valor y espíritu sincero. Si no, te compadezco. Pero te amo. Te beso y volveremos a vernos. Tuyo para toda la vida.” Rimbaud.

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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006.

0 respuestas a «Domicilio conocido, 2»

¿Por qué las relaciones «amorosamente enfermas»arrasan nuestros sentidos y nos marcan de sonrisas amargas y de lágrimas alegres, copiosas y compartidas? ¿por qué lo bello y lo tortuoso de Rimbaud y de Verlaine? ¿que hay de trance tan hipnótico en «nosotros» tan «finitos» y tan frágiles,que nos llama a masticarnos, mordernos,rechazarnos,unirnos,volver a distanciarnos,elegirnos, devorarnos sin final…arácnidos de vida,especies cautivas del dolor y del placer?.Quizás se me juntó tu articulo (tan intenso) con la ultima pelicula de Almodovar «Abrazos rotos»( que recomiendo),todas las imágenes y deseos y dolores marcados con tan profundidad me cuentan mientras regreso a casa,que he vivido.Un abrazo Rodolfo.(Susana (una mujer argentina).

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