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El guru y otras hierbas, 23

por Tímido Celador

Charlie vuelve a estar de buen humor.
En el bar de copas en el que recala antes de subir a casa de sus padres y después de dejar a su novia, hay una nueva camarera que se lo monta con él los sábados, después de cerrar. Según él mismo me ha contado, apenas hablan. Cuando se quedan solos, ella le hace una mamada, él le da unas palmaditas en el lomo y se larga sin esperar a que termine de hacer caja. Yo no me explico qué placer puede encontrar una mujer en que la traten como a una mierda, pero Charlie, a su manera, es otra enciclopedia del sexo a la que hay que escuchar.
– No va a durar mucho la cosa. Ya ha empezado a pedirme que nos veamos fuera del bar.
– ¿Ella sabe que tienes novia?
– Claro. Se lo dejé bien clarito desde la primera noche. Ahora estoy en una racha fiel: si me tiro a otra, Ana me deja. Me ha dicho que no me pasa ni una más.
– ¿Las mamadas no cuentan como infidelidad?
Charlie me mira como si yo hubiera empezado a hablar en otro idioma.
– No, todo el mundo lo sabe.
– ¿Cómo que todo el mundo lo sabe?
– Una mamada es una mamada, cualquiera vale para hacértela.
– A mí no me vale cualquiera.
– A ti no te la chupa nadie- contesta con sorna.
Me está bien empleado, por listo.

– Mira Bill Clinton- añade sorprendiéndome con su cultura política- .Mira las cárceles. En cuanto hay un montón de tíos juntos, siempre hay un par de ellos que se la chupan a los demás. A mí no me gustan los tíos, pero ponte que se acaban las tías ¿vale? Todas: las jóvenes, las viejas, las guapas, las feas. Y que nos quedamos encerrados aquí.
– Ya, me pongo ¿y?
– ¿Te crees que el Guru y yo nos íbamos a quedar sin nuestra ración de sexo?- pregunta mirándome de una manera que no me gusta nada.

Por fortuna, Carlota me llama por el interfono y tengo una excusa para marcharme y pensar en otra cosa.

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