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El guru y otras hierbas, 12

por Tímido Celador

Por fin ha salido el sol.
Carlota, Charlie y yo estamos sentados en el porche, apacentando el ganado.

– Son iguales que las hormigas- comenta jocoso Charlie-: en cuanto han visto un rayo de sol, han salido del hormiguero.
– Este sol da tanta energía…- dice Carlota cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás como si estuviera en la ducha.

Me doy cuenta de que Charlie la mira con deseo, y me turba haberle descubierto. De modo que me vuelvo hacia Carlota, que sigue ofreciendo el cuello al sol. El cuello y el coño. Para estar más cómoda, ha echado el culo hacia delante, ha apoyado la nuca en el respaldo de la silla y se ha subido un poco la falda, unos quince centímetros por encima de sus rodillas. Sus piernas se abren en un ángulo de cuarenta y cinco grados para recibir el calor del sol en la parte interior de los muslos. Y entiendo por qué Charlie la miraba así.

Saber que él y yo estamos pensando en lo mismo me marea. Que una tía a la que hasta hoy no había considerado mujer me ponga cachondo, también. Será la primavera. Qué dirían mis amigas veinteañeras- ésas que se pintan, se suben a tacones y se aprietan- si supieran que una enfermera de cincuenta años con una bata vieja y dada de sí, la cara casi lavada- lleva un poquito de rimmel y brillo en los labios-, despierta mi deseo.
Por fortuna, Charlie suelta una risita y puedo salir del bucle en el que estoy entrando.

– Míra al Guru, mírale. Si es que es la hormiga reina.

Se había sentado en el lugar más recóndito- pero no por eso menos soleado- del jardín. Y ya está a su lado una preciosidad de veintidós añitos que ingresó hace tres días.
Desde el porche no podemos oírle, le vemos hablar y gesticular, pero es obvio que ella se ha rendido a él: mientras le escucha y le mira arrobada, ha posado una mano sobre el muslo de él. Él sigue hablando como si no se hubiera dado cuenta, pero no tarda en cubrir la manita de ella con su gran zarpa, siempre sin dejar de hablar..

– Ya es cosa hecha- suspira Carlota, que al oírnos ha recuperado la vertical y la compostura y les mira con un nosequé soñador-. En cuanto las toca… Tiene unas manos mágicas, el cabrón.

Diez minutos después, el Guru y la chavala pasan a nuestro lado. Ella se aprieta mucho contra el cuerpo de él, que le pasa el brazo por los hombros. Ni siquiera reparan en nosotros. Charlie suelta un ¡ja! que resume perfectamente lo que piensa. Yo no digo nada, y Carlota suspira profundamente, con cierta tristeza, diría yo.

– Bueno ¿qué?¿No tenéis nada que hacer en planta?- nos dice con un tono que no deja lugar a dudas quién manda aquí.

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