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Cruce de vías

Por Rodolfo Naró
Fotografía en contexto original:skyscrapercity
<img src="http://wwww.proscritosblog.es/wp-content/uploads/2009/03/autopista.jpg" alt="autopista" title="autopista" width="425" height="332" class="alignnone size-full wp-image-2573" /

A caballo, Tarumba / hay que montar a caballo / para recorrer este país, / para conocer a tu mujer, / para desear a la que deseas, / para abrir el hoyo de tu muerte, / para levantar tu resurrección. Jaime Sabines escribió estos versos en 1956 cuando el tren todavía surcaba los aires de México, y digo los aires porque su sonido se escuchaba desde muy lejos. Era el progreso que parecía imparable cuando la época de Don Porfirio. Antes de él, en 1875 teníamos sólo 500 kilómetros de ferrocarril cuando Inglaterra tenía 22 mil. Durante su largo régimen, de 1880 a 1911 se tendieron 25 mil kilómetros de líneas y en 70 años de priismo sólo 5 mil más. Esos mismos ferrocarriles que el porfirismo tendió como una red para llevar orden y progreso, sirvieron para que terminara de atraparnos en una revolución por la que muchos políticos todavía suspiran.

Escribo con la nostalgia del tren. Mis padres y yo cada seis meses abordábamos el que nos llevaría de Tequila a la Ciudad de México a mi revisión de la columna vertebral. Subíamos a las seis de la tarde. Apenas paraba unos minutos, todo era tan rápido que a veces no había tiempo para despedirnos de mis hermanos. A las 8 de la noche entrábamos a Guadalajara, donde nos asignaban una alcoba con litera, baño privado y agua corriente. En más de un invierno mi madre se ponía una estola de zorro para ir al vagón comedor, de manteles largo y lámpara Art Deco en cada mesa, para cenar. Nos recibía el capitán de meseros para asignarnos la nuestra, que siempre estaba junto a una ventana por donde veíamos pasar la noche, las luces de un caserío perdido a lo lejos. Podíamos pedir filete mignon, spaghetti o cualquier sugerencia del chef. Se descorchaban botellas de vino y al terminar pasábamos al vagón fumador a tomar el digestivo, o mi madre un cognac, en su copa enorme, típica de película, con oleaje incluido por el traqueteo del tren.

Para despertarnos, a las 7 de la mañana, un hombre pasaba sonando una campanita, anunciando el servicio de desayuno. Huevos a la mexicana, chilaquiles o hot cakes. Obviamente éramos los mismos de la noche anterior sólo que un poco maltrechos y despeinados.
Hace un año fui a Chicago a presentar El orden infinito y en Union State abordé un tren que me llevó a Detroit. Fue un viaje de cinco horas. Era el mediodía del martes de carnaval y mientras en el Puerto de Veracruz estaban de rumba, nosotros habíamos amanecido a 6 grados centígrados bajo cero. Todo estaba nevado y por mi ventanilla veía autos sepultados por la nieve, albercas semi congeladas, un campo blanco sólo trazado por las múltiples vías oscuras del ferrocarril y al pasar cerca de un canal navegable del Lago Michigan distinguí, semejando a un cementerio, pequeños yates en tierra, cubiertos con lonas, aguantando sus altos mástiles el viento y la nieve. A lo lejos los árboles, más flacos que el hambre, pero fuertes como la esperanza de la primavera.

Esa esperanza también me hacía estar alerta, por si un cruce de vías me hiciera encontrarme con mi destino. En mis viajes de adolescente al Distrito Federal a mis rutinarias revisiones médicas de columna, cuando viajaba solo, más de una vez tuve cruce de miradas en el vagón fumador, que terminaban siendo amores fugaces con mujeres mayores que yo. Solitarias y compulsivas, me hacían seguirlas de vagón en vagón, o algunas veces abiertamente me preguntaban, ¿en tu alcoba o en la mía?

El tren en México no ha sobrevivido a tantos embates de malos gobiernos, al veloz crecimiento de las líneas aéreas, a la desleal competencia de las carreteras, con el impulso de las concesiones a las grandes constructoras, el cobro de peaje, el uso de gasolinas y supongo que hasta el entuerto con fabricantes de automóviles. Era un viaje interior que se diluía con el transcurso de las horas. Sin embargo hemos seguido impulsando el uso del carro, abarrotado las ciudades de microbuses, de coches, hemos dejado el Metro sólo para el Distrito Federal y en lugares como Guadalajara, Aguascalientes, Morelia o Monterrey donde ya es indispensable, se siguen construyendo grandes avenidas, pasos a desnivel, túneles que consumen energía eléctrica las 24 horas del día y que a los pocos años resultan insuficientes. Seguimos el modelo gringo de no caminar y hemos hecho del caballo un motor que nos esta llevando no a conocer a nuestra mujer ni a levantar nuestra resurrección sino a abrir el hoyo de nuestra muerte, lenta.

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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006.

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Cuando estuvimos de viaje por tu tierra, me llamó la atención que todo el transporte fuera por carretera, que el único modo de ir de una ciudad a otra fuera cogiendo un «camión» (autobús) o alquilando un coche. Al principio me impresionaba que de entre la maleza surgieran hombres o mujeres que agitaban los brazos desesperadamente, pero comprendí que era el sistema habitual para parar los autobuses cuando uno vivía demasiado lejos de la siguiente parada.
La verdad es que se echaba de menos tener la opción de elegir viajar en tren o por carretera.

Hola Marisol,
Pues sí en algún momento México tuvo trenes y muy bueno, pero fue el gobierno de Zedillo en 1995, con su afan privatizador quien los puso a la venta y un mexicano riquisimo los compro, desmanteló (alegando eso le salía más barato que reinvertirles, porque tantas décadas en manos del gobierno sin meterles un centavo los había arruinado) convirtiéndolos sólo en trenes de carga.

Besos,
Rodolfo Naró

Aunque esto que relato a continuación, poco tenga que ver con elpost original, sí de alguna manera asocio este, con el cruce de vías,“crossroads” o encrucijada, que nadie cruzará, siendo desapercibido:

Cruzar el Canal de Panamá, aún a la edad de 13 años, fue una de las experiencias mejores de mi vida. Entramos por el Pacífico, teniendo que hacer el barco noche en el Golfo de Panamá,justo antes de pasar el puente de la Américas, allí habían esperando su turno,al igual que nosotros,unos 20 barcos entre trasatlánticos,mercantes,veleros,yates
de un lujo inimaginable,todos esperando impacientes el momento de adentrarse en las esclusas del canal.

Mi padre,nos obligó a irnos a dormir pronto pues,él no quería que ninguno de nosotros se perdiese contemplar y disfrutar del espectacular viaje que nos esperaba a la mañana siguiente, cuando nos tocase el turno- esto que hizo,es algo que siempre le agradeceré-.El Golfo estaba
precioso de noche,las luces de los barcos haciendo casi un corro entre todos y,las de las diminutas casitas entre la oscuridad de la montaña y,las de ciudad de Panamá,a lo lejos,era espectacular.

Llegó la mañana y con ella,el momento deseado,los trenecillos tirando de cada lado del barco para depositarlo en la primer esclusa a medio llenar,se cierran las enormes puertas que parecen hechas de retal de metal,con enormes tuercas y tornillos que sujetan las enormes láminas
aceradas y,que parece que en cualquier momento la presión del agua les pudiera hacer reventar y saltar por los aires… estas,se cierran por completo quedando el barco dentro,atrapado elevándose y avanzando,todo a la vez,
así otra y otra vez hasta 3.Crees que ya se ha acabado pero en realidad, solo ha empezado lo mejor pues,llegas a un lugar que parece y no parece,que existe pero no lo crees, llegas al Lago Gatún!! allí,en esa balsa de naturaleza salvaje,intentas respirar pero el asombro de contemplar tal lugar,no admite aire en tus pulmones,reaccionas y,te auto-convences de que es una realidad y entonces,empiezas a disfrutar de lo que te es ofrecido por la madre naturaleza, navegas y navegas a través de manglares y no deseas dejar
de estar allí arriba,pues ese lugar es el cielo del universo,no comprendes,aún sabiendo cómo,puede estar allí, en medio de una montaña,un barco de tales dimensiones.Se aproxima la otra orilla y,nuevamente esclusas.Atrás dejamos
Lago Gatún y los manglares.Las siguientes esclusas,nos llevarían,pasando por Bahía Limón,al Atlántico,al Caribe y rumbo a Curasao,Acapulco y,por último a casa,a España. Atrás, quedaron El Golfo de Panamá,el Puente de las Américas,las esclusas,el cielo del universo llamado Lago Gatún y sus manglares y,también Bahía Limón,allí quedaron, posiblemente,para siempre.

Analizo y comparo,ese viaje por el canal de Panamá,con el transito de las personas,a lo largo de la vida.

Cada esclusa se va llenando,para cada uno de nosotros,de los útiles básicos de la vida,como son el aprendizaje, conocimiento,dolor,alegría,pasión,amor,tristeza y,
para otros,se llenan de alguna otra cosa más que,este, considere debe obtener o pueda llegar a conseguir.Una vez llegado al Lago Gatún – el Ecuador de la vida- todos deseamos permanecer allí con todo nuestro conocimiento, sabiduría,el máximo tiempo posible,desearíamos mantener
ese estatus,esa condición física o al menos,no envejecer demasiado deprisa,para poder disfrutar de ese Ecuador
lo máximo permitido pero,el barco navega,al igual que lo hace el velero,la barca y,también la patera,el descenso a la siguiente esclusa,es inevitable y,después de esa llega la otra y,tomes las esclusas de ascenso por el lugar que sea,tanto el Atlántico como el Pacífico,siempre llegamos a las que van en descenso y,que siempre desembocan en el mismo océano pues,entre si,todos se comunican.

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