Nunca entendí por qué, si el Estado se gasta lo que no está en los escritos en perseguir el tráfico y consumo de drogas, estar borracho o drogado (o ambas cosas a la vez) es un atenuante a la hora de juzgar a un asesino, por ejemplo.
Leo con estupor que un jurado popular- lo que redobla mi estupor- ha absuelto de asesinato a Jacobo Piñeiro : asestó 57 puñaladas a dos jóvenes con los que salió de marcha porque temía que le violaran. Es lo que tiene el perico: te vuelve paranoico y te hace ver enemigos por todas partes. No es el primero que comete una atrocidad puesto de cocaína- recuerdo hace un par de años el caso de una mujer que mató a sus propios hijos mientras dormían-. Pero, para la mayoría de ellos, la cocaína no es un accidente, no es algo puntual. Cuando declaran la cantidad de gramos consumidos en una sola noche, una, que tiene alguna experiencia de la vida y un exmarido cocainómano, sabe que no estamos hablando de gente a la que la fiesta se les ha ido de las manos, sino de yonquis que viven por y para meterse, que siempre están puestos y por lo tanto, en cualquier momento pueden volver a sufrir un brote paranoico y liarse a puñaladas con el primero que pase. Y en lugar de obligarles a enfrentarse a los hechos, encerrarles en un psiquiátrico- ya no hay ¿no?- para que se traten y asumir responsabilidades, les damos una palmadita en la espalda.
El tal Piñeiro queda absuelto de asesinato. Incendió después la casa de los difuntos para borrar pruebas, y la defensa de las familias de las víctimas reza para que le caiga el máximo por el incendio.
Leo también que Fernando García , padre de Miriam, una de las niñas asesinadas salvajamente en Alcasser- con toda probabilidad por alguien que iba puesto de cocaína hasta arriba-, se enfrenta a un juicio en el que podrían caerle 16 años de cárcel por injurias y calumnias contra el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, los forenses, la Guardia Civil y los tres magistrados que integraban el Tribunal. Aunque han pasado muchos años, nunca olvidaré cómo el pobre hombre paseaba su desesperación por los platós de televisión empujado por un leguleyo infame y nauseabundo. ¿No podría considerarse que su dolor de padre le llevó a un estado de enajenación en el que no pudo ser responsable de sus actos, y considerarse su gran sufrimiento un atenuante?
Así que ya sabes: si tienes ganas de matar a alguien, métete antes toda la cocaína que puedas y no te pasará nada.
Pero, nunca, nunca, nunca, se te ocurra meterte con el poder o darás con tus huesos en la cárcel.
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¿Y si la condena a FG fuera por acercarse a la verdad?
No sé si es un castigo por acercarse a la verdad o por atreverse a dudar de la infabilidad del Papa. Pero en cualquier caso, este asunto pode de manifiesto dos cosas: que la Justicia es lentísima- las niñas fueron asesinadas en 1993- e inhumana. No creo que Fernando García le deba nada a la sociedad, ni que suponga ningún peligro para nadie, ni que ningún ciudadano corriente y moliente, de los que no contamos para nada, vayamos a beneficiarnos de que a este hombre en eterno via crucis, lo encierren y lo multen (le piden un buen pellizco). Al padre de una niña violada, torturada y asesinada lo meten en la cárcel. A los asesinos y violadores los ponen en la calle.
Una vez más, tengo la sensación de que el Estado, esa bestia, existe sólo para alimentarse de la sangre del pueblo.