Por Kurtz
Fotografía en contexto original: comounarcoiris
Un manto de hielo ha cubierto la ciudad, y la neblina, enredada en los árboles desnudos, difumina las bombillas multicolores de los viejos comercios. La nieve se acumula en las aceras, formando pequeñas cordilleras heladas que dificultan el paso. Un viento cortante silba por las rendijas de los ventanucos y sacude poderoso los neones de las cornisas. En invierno, aunque los trileros del comercio intenten demostrar lo contrario con sus trucos de magia, el color gris se apodera inexorablemente de todo. A mi lado, encogidas siluetas de ojos temerosos, buscan sin mucha esperanza un calor que no existe en la ciudad envuelta en mentiras de lazo rojo. Sin piedad, la impávida brisa del norte ha penetrado en los corazones grises de los errantes, que desorientados avanzamos sobre la nevada, sin apenas dejar huella.
La marea de gente sin rumbo, me ha llevado sin saber como al almacén de materiales donde hace años edifiqué ilusiones que ahora son absurdos zapatos sin suela. Ante la puerta llena de graffitis y óxido, me pregunto si merecerá la pena entrar; si de alguna manera es posible volver atrás y recrear la vida de nuevo. Siempre he desconfiado de los viejos recuerdos porque, si bien nos ayudan a saber que estamos vivos, en demasiadas ocasiones certifican que nada ha merecido la pena. Pero siento que quizás el destino me ha concedido una buena oportunidad, un nuevo comienzo, y me decido a entrar.
El viejo almacén lleva años vacío y apesta a polvo pasado de época. Las vigas, cansadas de inviernos, chirrían quejosas bajo mis pasos. Las bombillas, han perdido fuerza por la humedad, pero siguen brillando con la misma luz amarilla. Las estanterías antes rebosantes, ahora sólo ofrecen telarañas al por menor y pequeños recuerdos con olor al sudor de los infatigables mozos. Una caja de cartón llena de inservibles etiquetas en una esquina, calendarios de lejanos años que sin duda fueron mejores, un acartonado póster de propaganda decorando la pared, y la antigua mesa de roble en la que contaba las entradas y salidas de existencias, son el escaso esqueleto que aún se resiste a desaparecer de lo que fue mi vida. Aquí, en mi fracasado negocio de compraventa, ya sólo el silencio sobrevive. Ya sólo huele a invierno.
De vuelta a casa, sentado en mi vieja butaca, me envuelvo en una manta gastada de soledad, a dejar pasar la vida. Descuidado, observo las gotas de lluvia que dejó la ventisca en los ventanales. Las partículas solitarias de agua se descuelgan por el cristal por caminos que no eligen, agrupándose y desagrupándose como pura metáfora de la existencia. Avanzan y se sostienen, se juntan y se separan, para al final, sin remisión, caer.
0 respuestas a «Dulce Navidad»
Es una pena, que debido a tantas cosas, tengamos que ver pasar la vida tantas veces.
Sr. Kurtz: Es una delicia leer lo que usted escribe. Gracias.
Gota de agua
Desde mi ventana llueve…llueve desde mi ventana.. desde mi ventana veo las doradas hojas del platanero llorar, lágrimas como diminutos diamantes que ponen resistencia a deslizar.Desde mi ventana los charcos vivos,oxigenados al ser golpeados por la lluvia…los gorriatos ya adultos con su plumaje al completo, esponjosos y ansiosos ,se lavan y festejean…se picotean,aletean…perciben,saben que forman parte..
Quiero ser una de esas gotas, una sólo y nada más…una gota de vida que obteniendo esta una forma u otra, eterna permanecerá. Por las nubes, de un lugar a otro me dejo llevar, no busco destino solo un lugar… me sirve la mar…la mar me sirve para disfrutar de ese viaje,viaje a las profundidades más profundas… me dejo arrastrar por las corrientes marinas que alocadas me llevan a la deriva.. esa deriva que me lleva al lugar, a ese lugar, a cualquier lugar… no importa el tiempo ni el momento pues..gota de agua soy y siempre seré y a lo largo del tiempo,una y otra vez,me reciclaré.