por Clara Castillo
Fotografía: (c) 2007 Santiago Gª de Leániz Caprile
Supongo que en realidad no es cuestión de adicción, sino de mi capacidad de estropear las cosas que más deseo en el momento preciso. A veces, me distancio tanto de Clara que me parece que mi vida es el resultado de algún otro ser. No logro reconocer algunas realidades; las cortinas blancas, los libros de la librería. Oigo la lavadora y no sé quién la encendió, escucho el ritmo de mis pensamientos y me pregunto cuándo comencé a estar triste. ¡Adicta! que palabra tan rara, hay gente que la pronuncia con z, adizta, y a mí me entra la risa, no lo puedo evitar. Me cuesta decirlo. Me siento ridícula.
Y, sin embargo, hoy, en este cuarto de baño, sin móvil frente a mi propio pasado, recuerdo cuando recibía sus SMS: MUJER AZUL, TE MANDO UN BESO SUAVE COMO SUSURRO DE MAR y como todo, alma, corazón y vida, se convulsionaba. Volaba por el pasillo de mis propias expectativas, sintiéndome viva, eléctrica. Era la mujer azul y no podía haber nadie más feliz. Después, el análisis. Si escribía “un beso” era mejor que “besos”. Pero, poco a poco, encuentros y mensajes se fueron espaciando, cada vez más escuetos. Lo peor cuando ponía “bs”. SMS: NO PODRÉ VERTE, BS. Para llorar. Porque textual se parece a sexual sólo en el capítulo del desencanto. En momentos de especial valentía, cansada de sentirme enjaulada, dejaba el móvil en casa un par de horas y me iba a dar una vuelta. Al regresar, me encontraba presa de una agitación casi demoníaca; el pulso acelerado, la mano temblorosa que introduce el PIN. Luego, la nada.
La mayoría de los días la pantalla del teléfono permanecía en silencio, su silencio. Por las noches, antes de acostarme colocaba el teléfono sobre mi pecho. El corazón me decía que si despertaba y aún permanecía ahí, latiendo al unísono, corazón y máquina, órgano y teclado, entonces, entonces aún había esperanza. Al despertar, veía que el teléfono había pasado la noche en una de mis zapatillas, no había mensajes, sentía arcadas y la luz de la ventana me dañaba los ojos. En esta ciudad, hay demasiada luz por las mañanas.
En terapia nos han pedido que borremos todos los mensajes dañinos, todo aquello que nos aleja de la realidad. Empezar de cero. La verdad, sólo la verdad. Es un hombre casado y no va a volver. Dos o tres polvos de hotel y luego palabras, deshilvanadas palabras como murmullos lejanos en una conversación cruzada. La verdad es que hace seis meses que envió el último mensaje, el único que sí he borrado porque a las mujeres como yo no nos gusta la verdad o, más bien, nos da tanto miedo la realidad que poco a poco nos vamos quedando en nuestro rincón existencial, aprisionadas en un instante, casi, casi sin respirar.
Hola soy Clara, tengo 35 años y soy adicta a las palabras, maldita palabras que se cuelan en mi cabeza como abejorros frenéticos en una sala de estar.
0 respuestas a «Celulares anónimos, 2»
Los putos móviles son un invento del diablo ¿quién no se ha sentido alguna vez invadido por una insoslayable tristeza que un mensa o una llamada convertían en éxtasis?
Muy bueno el artículo, Clara, me ha gustado mucho. Adictos al amor.
gracias Marisol, ahora me estoy haciendo adicta a Proscritos (vaya que no tengo arreglo…)
He recibido un MSM desconocido. Dude abrirlo o no, porque al ser anónimo podría tratarse de algún virus de esos que te descojonan el invento. No obstante, lo abrí, y no… no era eso. Era un spam que decía:
«HAZTE ADICTO A «CELULARES ANÓNIMOS»… NO LO LAMENTARÁS»
Te pregunto: Clara… ¿Tienes tú alguna relación con esto?
Pip… pip… espera es otro mensaje, déjame leer…
«SOY LA MEMORIA DE TU CELULAR, DESGRACIADO DE MIERDA. ME FALTAN LOS AMOROSOS MENSAJES DE TU AMADA. RECUPERALA CUANTO ANTES. RECUPERALA PORQUE ME HABEIS HECHO ADICTO A ESE AMOR QUE A TODOS HACE ADICTOS Y ME ESTA PRODUCIENDO CORTOCIRCUITOS”
Y ahora en serio…
Gracias Clara. Te aseguro que es una venerable “adizión” leer tus artículos…
No soy yo, tengo rigurosamente prohibido en esta fase de la terapia mandar o recibir SMS.
Pero gracias por tus comments……