Por César de las Heras
En mi pañuelo de viaje el naranja simbolizaba la escasez de trabas para continuar, incluso una punta de calor para los días poco soleados.
El tren había salido de Wuhan, era un tren extrañamente aséptico, incluso su sonido era escaso, el fruto de su deslizamiento por los carriles de ferro se ahogaba gracias a una música ligera asiática, música para irritar los pabellones auditivos. Mi pañuelo, alargado sobre la litera, descansaba con una suavidad prudente; era capaz de tapar mi cuello a la vez que se repartía por mis hombros, o se dejaba ver alrededor de las caricias. Si era necesario miraba a los turbantes frente a frente, y cuando la frente goteaba, se dejaba mojar recibiendo mi jugo pegajoso con deseo, me atrevería a decir con ganas, con descaro, tela follada por los poros de mi piel.
Mi pañuelo de viaje ha subido abrazado a mí las pirámides de Teotihuacan, ha descendido el río Grijalba, el Dulce, el Yant Se, ha recorrido países complejos y desiertos mudos, ha aguantado el frío de los autobuses indios y el calor de la panamericana. Tela tintada nacida para protegerme si buscaba armazón de brazos enlazados, paño primoroso, lienzo o sudario que al carbono catorce le diría la fecha exacta en la que fui feliz, las horas justas en las que me reconozco vivo.
El tren llegó a Guilín a eso de las seis de una mañana. Mi sudario tintado, cansado, adormilado, somnoliento, seguro que observó cómo me levantaba, cómo recogía mis cosas, cómo lo dejaba al margen de mi vida. Llovía en la estación, estaba oscuro, el sur de China estaba al sur, y mi pañuelo proseguía viaje hacia el oeste. Al buscarlo en mi cuello me di cuenta del olvido; paralelo al vagón y acompasado corrí por la estación con la necesidad de rescatar al compañero, sin lograrlo. Llovía más, y el traqueteo de la máquina ahora era mayor, ya no había miedo a despertarme. Nunca olvidaré su silueta queda enredada en el aroma que dejé sobre la almohada, su suavidad, su naranja, todo el naranja que ahora me falta. Desde entonces busco un pañuelo de algodón tintado, un pañuelo amplio, generoso, y ya no viajo, solo busco su par.
0 respuestas a «Un par in maschera»
Guau… y con todo el cariño del mundo te digo…
Que hace me gran pena
la dolorosa pérdida de tu pañoleta,
pero alégrame enormemente
que ello sea la causa
del dulce trance en que envuelve
a tus grandiosos escritos
Y que ojala y no la encuentres… ni a ella ni a su par, con demasiada rapidez. Pues ésta búsqueda en la que te has sumergido, está logrando que leamos… poética y encantadora literatura.
Abrazos anaranjados… sin par.
Lo he vuelto a leer… me encanta la primera frase… gracias
(y perdón por mi simplicidad)