Por Pedro Lluch
Hablan de él siempre llamándole Sheikh Tarik: Sheikh Tarik por aquí, Sheikh Tarik por allá. Nunca mencionan su patronímico familiar. Como si fuera indiscreto o peligroso hacerlo. Y probablemente es ambas cosas.
El Jeque Tarik rige uno de los grandes consorcios de la construcción en el Golfo Pérsico con extensiones en todo el mundo árabe, desde Yemen a Siria y el Rif marroquí. Su cuartel general, las oficinas del M.E.D. (siglas de Middle East Development LLC), está en la gran avenida que recorre a lo largo la siempre en expansión ciudad de Dubai, la Sheikh Zayeed Road. Paralela a la costa, esta avenida (que inicialmente era la carretera que unía Dubai a Abu-Dhabi) ha sido bordeada por los más emblemáticos edificios de la capital económica de esta federación de emiratos, y en sus inmediaciones está siendo construido el edificio que pretende ser el más alto del mundo. Burj al-Arab (Torre de Arabia), el también emblemático hotel con forma de vela que seguro todo el mundo reconocerá como la particular torre-eiffel de este país, será pronto desbancado por Burj Dubai (Torre de Dubai) cuya espectacular aguja ya puede verse rascando el cielo. En la última visita pude ver la gran obra: un espacio inmenso que era desierto hace seis años, que se ha convertido en un maremágnum de obreros, talleres, almacenes y camiones yendo y viniendo en el afán de elevar ad maiorem gloriam arabiae esta torre y las muchas otras que, a su sombra, han de erigir un nuevo barrio de esta ciudad de casi un millón de habitantes. A principios de siglo, y hasta los años cuarenta, Dubai era una aldea de pescadores de perlas en torno a la ensenada (creek) que le servía de puerto y sede de un emirato de beduinos sin otra ocupación que el pastoreo de camellos y ocasionales algazúas contra sus vecinos. Hoy es una capital que hay que conocer. Y la cima de Burj Dubai, con sus grúas, pura erección de cemento aún, ya puede verse desde numerosos puntos de la ciudad, como antaño podían verse las Twin Towers desde algunas esquinas y avenidas de Manhattan. Cada visita a esta capital depara la confirmación de su imparable pujanza.
Pero volvamos a las alfombradas oficinas de M.E.D.: puertas y panelados de maderas olorosas, cuadros de caballos árabes en las paredes, y la magnífica vista sobre el mar deslumbrante detrás del jeque que me recibió, hace tres años, por recomendación de su hijo Amr, a quien tuve ocasión de conocer en sus oficinas de Jeddah. El Jeque es una persona bajita, de tez morena, barba bien recortada y, como corresponde a su rango, elegantemente vestido con la dishdasha impecablemente blanca y almidonada a escuadra, con la tradicional kufiya del Golfo blanca y roja de fino algodón sujetada sobre el cráneo con el cordón negro (agal). Sobre su mesa, planos de sus últimos proyectos y promociones inmobiliarias, a cuál más faraónica. Suyas son las palmeras, el mundo de islas frente a la costa dubaití y el puente que ha de unir Yemen a África. Se comenta que tiene previsto desarrollar, en aguas internacionales, una gran isla que, de llevarse a buen término, sería propiamente un nuevo país, su país.
El Jeque Tarik me recibió entonces afablemente, hablamos de España y de la tradicional amistad hispano-árabe (Al-Hambra y las norias, los regadíos de nuestras vegas, Boabdil y la retirada de las tropas de Iraq), me presentó a sus colaboradores, escuchó cuanto tenía que decir haciendo observaciones atinadas que sus asistentes se apresuraban a apuntar y, despidiéndose, me encomendó a un joven de la alta sociedad siria que me llevó a comer a las pistas de esquí (sí: en el desierto, con 47ºC afuera, uno de los grandes malls de Dubai dispone de una pista de esquí: ver para creer) y me regaló un par de aceites perfumados que guardo en alguna mesita de noche: dos gotas en las muñecas bastan para evocar lo más sensual que tiene Oriente y sus mil y una noches: especiados aromas de maderas cuyos nombres sólo las viejas conocen…
Esta semana he vuelto a los Emiratos para una entrevista de tres horas con los británicos consultants que el Jeque Tarik contrata para proveer sus proyectos de materiales de construcción. Tienen los contactos que puedo tener yo; pero residen en Dubai. Se mueven por el mundo árabe como lo que son: nietos de quienes anduvieron por allí a bordo de cañoneras imponiendo su ley (la de Inglaterra: Britannia rules the wave…). Los grifos tal vez los ponga yo; mas si se abren o se cierran esos grifos, eso, eso lo controlan ellos. Yo sólo puedo ejercer de figurín, diplomático de corbata y labia suelta. Prestancia y know-how técnico. Pero el business, el de verdad, es de ellos. Y el futuro, quizás, sea de los del clan del Jeque, el Jeque Tarik Ben Laden, tan afable él.
0 respuestas a «El jeque Tarik»
Espléndido artículo.
Es curiosa las vueltas que da la vida. Hace unos 25 años yo vendía cuadros (en teoría prohibidos) a los diplomáticos de las Embajadas de Emiratos Arabes Unidos, Kwait y Arabia Saudí, que a su vez los revendían en sus países de origen. Siempre querían marcos muy grandes y muy dorados. Menudos copazos nos tomábamos mi novio de entonces y yo con ellos.
Un par de años después, estudiando en Dublín estalló la primera guerra del Golfo. Mis compañeros kwaitíes, hijos de taxistas, camareros, etc…, mentes privilegiadas a las que su Gobierno pagaba una vida de lujo para que estudiaran en Europa (si no volvían, cortaban la cabeza a sus familias),se quedaron de repente sin financiación y sin posibilidad de hablar con sus familias. Nunca supe como acabó la historia: yo volvía a casa y mis compañeros del Golfo Pérsico no me intersaban mucho: se escandalizaban por todo.Pertenecían a las clases humildes y respetaban el Corán, no como sus representantes en el extranjero.
Ahora, unos veinte años después, tú nos cuentas con qué personajes te reunes en tu trabajo y la canción me sigue sonando mucho. Lo mismo, sin saberlo, hasta me he tomado una copa con alguno de los primos de tu jeque.
El mundo es un pañuelo.