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Dinero (6)

Por artistadesconocida
Fotografía en contexto original: pokermundi

No me gustan las cosas que cuestan mucho dinero y se pueden pagar en plazos interminables. Desconfío de ellas como desconfiaba mi padre, que no se gastaba el dinero hasta que no lo tenía en el bolsillo. Los plazos hacen que cualquiera pueda parecer rico.

Cuando conocí al amor de mi vida, él ya tenía un pequeño crédito de dos o tres millones de pesetas y ambiciones de convertirse en un gran hombre de negocios, como todos mis novios oficiales. Ahora que lo pienso, quizá todos tenían la misma meta: cubrirme de oro. Tal vez la casa familiar les impresionaba tanto o más que yo, y no querían darme menos.

Él tenía la teoría de que los bancos estaban para darte el dinero cuando lo necesitabas. Si debes tres, eres un mindundi. Si debes 300, eres un señor, solía decir cada vez que íbamos a pedir un préstamo. Y yo siempre me preguntaba cuál de los dos se equivocaba: mi padre, que no debía nada y huía de los bancos como de la peste, o mi hombre, que se manejaba entre banqueros y notarios con esa bonhomía por la que todo el mundo, incluida yo, le adoraba.

Habría sido un magnífico terrorista contra el sistema bancario si no se hubiera dejado cegar por el becerro de oro: nunca tenía suficiente, siempre quería más y los bancos parecían adorarle: no le negaban nada. Lo que fácil viene, fácil se va, me enseñó mi padre. Y grabé y fotografíe nuestra vida de amor y lujo: sabía que tarde o temprano toda aquella ficción terminaría.

Planeaba jubilarse a los cuarenta, los cuarenta y dos como mucho. A esa edad ya debía cien millones, un par de operaciones salieron mal, se acabó el dinero barato y el crédito, se murió la gallina de los huevos de oro… y descubrió que trabajando honradamente jamás ganaría todo lo que debía, que la bola se había hecho tan grande que tendría que vender todo lo que había logrado comprar y, aun así, seguir pagando por los siglos de los siglos.
Que los bancos le perseguirían hasta el fin del mundo.
Que no bastaba con ser simpático, ingenioso, buen amante y amigo de los niños y los animales.
Además, había que devolver lo que se había pedido prestado.
Al dinero le importa una eme que seas mala o buena persona. El director de tu sucursal no te va a preguntar si lo has ganado haciendo felices a los demás.

Cuando comprendió todo eso, huyó.
La avaricia rompe el saco.

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