Por artistadesconocida
Fotografía en contexto original: labellea (merece la pena leer la noticia, por curiosa)
Estábamos en El Corte Inglés con nuestra madre, comprando los uniformes del siguiente curso.
Cuando la dependienta iba a cobrarnos, llegó una encargada, cogió todo el dinero de la caja y lo metió en un extraño cilindro de plástico transparente.
El Corte Inglés era como la mesa del comedor de mi casa las vísperas de paga de los hombres, pero a lo bestia. Me alejé un poco de mi madre y mis hermanos para seguir a la mujer que llevaba el dinero como si fuera una extraña criatura en formol.
Se fue tras la caja Central- donde envuelven los regalos- y abrió lo que parecía un pasaplatos, metió el cilindro en un extraño tubo y el dinero fue rápidamente succionado.
Hacia algún lugar.
Todos los días, cuando mi madre nos llevaba al colegio, pasábamos por la puerta de El Corte Inglés, y yo me imaginaba las paredes llenas de tubos llenos de dinero que subían hacia algún cuarto secreto en el que hombres de confianza volcaban el dinero sobre una mesa para contarlo y sacarlo de allí.
Sólo era una colegiala de E.G.B., pero cada mañana me preguntaba en qué punto del recorrido sería más fácil robarlo. Elaboré muchos planes a lo largo de mi infancia: no me importaba el dinero- que invariablemente regalaba a mis cómplices-, sino la hazaña: saber que había sido YO.
En la adolescencia, mis amigas presumían de haber robado un boli, una camiseta en El Corte Inglés. Y cuando yo confesaba no haber robado nada, me decían: tú eres demasiado honrada.
Y yo pensaba: si vosotras supierais.
Hoy esos robos valientes no se llevan. Basta un ordenador y un teclado.
Pero yo sigo pensando que además de tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol, una vida no está completa sin un buen e inteligente atraco.