Por Marisol Oviaño.
Somos enemigas naturales contra nuestra voluntad.
Su hijo hace un daño irreparable a los míos, que son sus nietos.
No puedo tener compasión de ella por mucha lástima que me provoque su ceguera.
Capitanea una familia que se hunde y nos han lanzado sus cabos. Pero, cuando me acerco a ofrecer nuestra ayuda, finge que no tienen vías de agua y me grita: ¡no te creas que eres el ángel salvador! Su tripulación mira hacia otro lado y ella insiste en invitar a mis hijos a subir a bordo.
De nada sirve que le explique que nos queda poco tiempo, si sigo esperando que atienda a razones, nos hundiremos con ellos.
No me deja más salida que cortar los cabos y abandonarles a su suerte. Pero, aunque sé lo que he de hacer, todavía dudo. Me pesan el cariño y la pena.
Salido de la nada, mi hijo me quita el hacha de las manos y empieza a cortar cabos sin vacilar. Mi hija me abraza para despejar cualquier nube de remordimiento y me dice: Vámonos, mami.