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General Lecciones de la vida

El maquillaje

Por Marisol Oviaño

Tenía 18 años.
Mi primer trabajo de jornada completa en el mundo editorial: era chica para todo, si un departamento estaba apurado, reclamaba mi presencia.

Amparo, la jefa de producción, me solicitaba con frecuencia. Desempeñaba su trabajo con responsabilidad y buena cara, era una mujer afable, amable y encantadora que puso su empeño en enseñarme todo lo que sabía. Ella me mostró el universo de las matrices, el gramaje, las galeradas, la tipografía…

Siempre tenía una sonrisa para los demás aunque su vida no era fácil. Estaba separada de un inventor de cosas inútiles que había estado a punto de llevar a toda la familia a la ruina con sus delirantes proyectos. Amparo sacaba adelante a su único hijo sola, con gran esfuerzo, que se traslucía en sus ojeras, el tono mate de su piel, sus labios deslucidos…

Hacía un alto cada mañana para maquillarse, y yo era testigo del milagro: polvos, colorete, rimel, sombra de ojos, pintalabios… Seguía sus movimientos fascinada mientras ella se miraba en el pequeño espejito de la polvera. El cansancio, los golpes de la vida y el paso del tiempo, quedaban sepultados bajo los cosméticos. Aunque parecía que mientras se maquillaba el mundo exterior no existía para ella, comprendí que había reparado en mi fascinación el día que cerró la polvera de golpe y me dijo muy seria:

“No utilices el maquillaje a diario, resérvatelo para días especiales. Si te acostumbras a maquillarte todos los días, al principio te verás guapa, después te parecerá que sin pintar tienes mala cara y acabarás por no atreverte a salir a la calle sin maquillaje. Con la cara lavada te sentirás desnuda: serás para siempre esclava de tu máscara”.

Fotografía en contexto original nuevosiglonews

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Conozco muchos artistas (y a otros tantos que no lo son) que maquillan su personalidad hasta crear un estereotipo de sí mismos y se lo venden al mundo como personaje real en las entrevistas y/o en los escenarios.
Poco poco se acostumbran a maquillar su yo a diario y muchos de ellos acaban devorados por su alter ego. Alaska devoró a Olvido Gara, Prince devoró a P.Rogers Nelson, Dalí devoró a Salvador Dalí, Rambo devoró a Stallone…la lista es interminable.
En muchas circunstancias (como por ejemplo, de novios o aspirantes a serlo) todos maquillamos nuestra auténtica naturaleza con polvos de buena educación, sombras de dulzura, carmín de sensibilidad, laca de generosidad y otros cosméticos del alma. En algunos casos sería de desear que el auténtico ser no salga nunca del armario.

¿Y quién no es víctima de su personaje? Todos los somos. Yo del mío, tú del tuyo, él del suyo, nosotros del nuestro, vosotros del vuestro, ellos del suyo.

Y quizá en eso resida la grandeza y la miseria del ser humano. Los artistas se disfrazan para resaltar entre los demás, pero se sorprenderían si pudieran ver con sus propios ojos lo disfrazada que va la gente normal.

La normalidad es una alucinación continuada y colectiva, parafraseo a Taine.

Quisiera maquillarme de mi mismo,
ser engullido por mi propio yo,
poder tragar mis manos,
darle la vuelta al corazón.

Quisiera maquillarme de mi mismo,
a golpe de brazo sacar mi yo,
mutar esta horrenda criatura,
a dulce, fragil y señor.
(David P.M)

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