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General Lecciones de la vida

Éxito y capacidad de sacrificio

Por Marisol Oviaño

Estamos en el pueblo de mi abuela.
En una casa que mi madre alquila para toda su descendencia y aledaños.
Le cuenta a mis hijos que, hasta que se fueron a vivir a Madrid cuando ella tenía 11 años, era la encargada de lavar los platos en el río. En invierno tenía que salir entre la nieve con sus alpargatas de esparto y romper el hielo para poder volver con los cacharros limpios.

Si hoy nos pusieran en el telediario las imágenes de una niñita sin zapatos rompiendo el hielo de un río para lavar los platos, todo el mundo querría adoptar a mi madre, yo la primera. Unos amigos invitan a su casa todos los veranos a niños de países del Tercer Mundo que alucinan con el agua corriente como debió alucinar mi madre cuando llegó a Madrid. El atraso no nos pilla tan lejos en el tiempo.

Mi abuela se separó a los 12 años de su familia para ponerse a servir con unos ricos y nunca más volvió a su casa. Quizá todas las mujeres que servían en aquella época se casaban para tener un lugar en el que estar, un hogar, unas raíces. Quizá el amor entonces fuera un lujo que no se podían permitir.

Se quedó viuda poco después de llegar a Madrid, con cuatro hijos. Tuvo que volver a trabajar y los hijos empezaron a colaborar en la manutención de la familia.Mi madre tuvo que dejar el colegio a los 14 años.

Mi padre empezó a trabajar a los 13. Además, sólo había ido al colegio los días que llovía, porque a mi abuela paterna le parecía una crueldad encerrar a los niños cuando hacía buen tiempo. Su marido, mi abuelo, era un obrero que leía el periódico y llevaba a sus hijos a ver obras de teatro.

Mi padre inició su carrera profesional como aprendiz de ebanista y de ahí dio el salto al andamio. Mi madre empezó a trabajar de moza de botica, se dedicó a nosotros mientras fuimos pequeños, pero él se arruinó cuando ya no la necesitábamos tanto y acabaron trabajando juntos, refundando la empresa que hasta entonces nos había dado de comer. Él desempeñaba el trabajo de un ingeniero, le recuerdo leyendo enciclopedias ¡sobre hormigón!, y ella aprendió a bregar con bancos, letras, abogados y notarios. Nos dieron una vida en la que no faltaron segundas residencias, vacaciones en la playa, universidad, estudios en el extranjero, bodas por todo lo alto o ayuditas a las hipotecas.

Todos hemos pasado por la universidad con mayor o menor éxito, hablamos idiomas, estamos mucho mejor relacionados de lo que ellos lo estaban a nuestra edad, somos más cultos, hemos tenido más oportunidades. Y sin embargo, los tres hijos estamos aquí de gorra, en una casa que ninguno nos podríamos permitir, en casa de mamá.

De la niñita que no tenía zapatos y rompía el hielo para lavar los platos.

0 respuestas a «Éxito y capacidad de sacrificio»

La necesidad espabila y la abundancia aletarga… es ley de vida, instinto. El problema es que, así, se acaba perdiéndolo todo y vuelta a empezar… es ley de vida. Pero no es mejor persona el que lo consigue que el que lo pierde, sólo estan en circunstancias distintas… ¿o sí es mejor persona?

Los niños de antes empezaban a trabajar a los 11, los 12… Se encontraba natural que ayudasen a sus familias. Hoy, el Estado no les deja trabajar hasta que cumplen los 16, y les obliga a estudiar quieran o no. Yo tengo amigos que pagan una barbaridad en universidades privadas para que sus hijos de 20 años, aprueben 1 ó 2 asignaturas por curso.

Quizá estamos sobreprotegiendo demasiado a las siguientes generaciones. Si llegan a la vida adulta sin ninguna capacidad de sacrificio ¿cómo podrán enfrentarse a la dura realidad de la vida?

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