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Peluquería, cuando te retrata un desconocido

Por Marisol Oviaño

¿Quién no le ha pedido una foto a un desconocido?

Tenemos muchas, muchísimas fotografías en las que Cris y yo estamos juntas. Hace años que yo me apoyo en ella y ella se apoya en mí, hace tiempo que las cámaras nos ven en muchas ocasiones como un todo.

Pero la peluquera, que nos ve por primera vez, no sabe nada de eso.
No sabe que hemos abandonado nuestro poblado en la selva, machete y sonrisa en mano, para poder llegar al centro comercial a cortarnos el pelo. Finge no ver nuestras cicatrices e intenta tratarnos como si fuéramos dos señoras desocupadas. No sabe nada de nuestros músculos de cazadoras, de nuestros viajes transoceánicos, de nuestras rachas sin dinero, de los días en que nos prestamos la leña la una la otra para no morir de frío, de los proyectos, de las comidas que yo hago y la casa que ella pone, de la relación que hay entre nuestros hijos, de las lágrimas que hemos derramado juntas, de los gritos que a veces nos damos, de esos jodidos abrazos que te reconcilian con el mundo, de los chantajes sentimentales, de las miradas que no necesitan palabras, de los secretos que nos hacen sonreír como brujas, de la simbiosis, del equipo que formamos.

Ella no tiene ni idea.
Probablemente ni siquiera sepa qué significa la palabra Proscritos.
Nos hace la foto sin saber quienes somos y pregunta ¿a quién lavamos primero?

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