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Choricillas

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Vienen de una genética brava, acelerada y empobrecida. La choricilla está en sazón muy joven y decae también muy joven. Es fruta de temporada. Con diecisiete o dieciocho años ha alcanzado su plenitud. No importa que la altura de su cadera esté por debajo de lo ideal, que su nariz y su cuello y sus tobillos sean anchos, que sus ojos estén demasiado separados, que, en fin, sus hombros no sean de champán, porque la choricilla emana rotundidad, y tiene curvas ceñidísimas y ombligo de presumir.

La choricilla en sazón es violentamente atractiva y montaraz. Viste con el mal gusto que sólo ella puede permitirse, gesticula exageradamente, tiene manos pequeñas y gordezuelas, con uñas comidas o repintadas, suelta tacos horribles, pero no importa, no importa. Compensa sus taras con su inocencia y despierta el deseo urgente y protector de lo fugaz. La choricilla tiene contados los días de belleza, antes de caer definitivamente en la jaula del call center, de la caja del super, de la tiendecita de lencería barata, de quedar preñada del bestia del novio, y de coger ese primer kilo que la deforma y la echa por el tobogán de los kilos y las deformidades.

La choricilla va con su aroma a pan reciente, tiene la blancura y la tibieza del pan nuevo.

De todas las choricillas que bajan desde los barrios extremos hay una por vagón de metro, una por cola de discoteca, una por instituto de segunda enseñanza, que acabará dando el salto evolutivo a la categoría de las lobas.

Miguel Perez de Lema

(Pié de foto: original en la página: / seattlekittykats.html)

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