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Aviso de enrolamiento: Rumbo a peor

por Miguel Pérez de Lema

 

Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa mejor.
(Samuel Beckett)

 

El recurso más básico de la comedia es la contradicción, y probablemente sea también el principio de cualquier clase de conocimiento profundo sobre la realidad. Que las cosas no son siempre lo que esperamos de ellas, que suele haber un revés inesperado, que se puede decir una cosa para expresar lo contrario a esa cosa y, al mismo tiempo, además, decir las dos cosas a la vez. Que el 0 y el 1 son solo puntos de vista muy limitidores, simplificaciones del infinito de matices del 1 que contiene el 0 y viceversa.

La vida es trágica porque lo único seguro es la muerte, así que nuestra mayor aportación al desarrollo de la trama es hacer comedia mientras se pueda. Tratar de desgastar la tragedia con ironía, lijar una losa de piedra con nuestra mano desnuda, a pesar de que tengamos claro que lo único que se desgasta somos nosotros.

Reconocer y manejar esta capacidad es uno de los pilares de la experiencia humana. Sin embargo, da la impresión de que poco a poco se va perdiendo. Parece que hay cada vez más energumenismo en el ambiente, menos deportividad, más moñoñez.

La ironía se ha vuelto una curva peligrosa.
Cuando Samuel Beckett escribió Rumbo a peor no podía imaginar que algunas décadas después alguien usaría su reflexión irónica sobre el fracaso de forma literal. Que su juego humorístico peor/mejor pudiera acabar entendiéndose como una inspiración para motivaditos. Y sin embargo así ha sucedido. Existen camisetas y tazas con su “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa mejor”, que algunas gentes se regalan para darse ánimos en su carrera hacia el éxito en los negocios. Pobre Beckett.

Eso sí es un fracaso/fracaso. El poeta tiene la magia de ampliar el sentido de las palabras, pero el proceso no es reversible. No se puede poner la marcha atrás a la ironía, porque se deshumaniza. El oro se vuelve plomo.

Estar atento a estas cosas es importante. Hay que ver venir el toro de la intransigencia y el materialismo para tener preparada la muleta con una nueva ironía, siempre que se pueda. Pero cada vez es menos posible, menos divertido, porque cada vez hay más fanáticos.

Y los peores, con todo, no son los fanáticos de lo material. Esos al menos, como un mono que adora su fruta, se agarran a una certeza comestible. Los que de verdad acojonan son los fanáticos de lo inmaterial. De sus opiniones de mierda.

El lenguaje escrito es especialmente resbaladizo, y útil para los que gustan de criminalizar la inteligencia del irónico o para los que, simplemente, son tan brutos que no ven más allá de la literalidad de las palabras. Quizá por eso la muchachada de hoy, casi ágrafa y bastante acojonada, pone esas caritas y esos monigotes detrás de cada ocurrencia que escriben. Para subrayar, entre la cobardía y la oligofrenia, dónde hay que reír. De las comedias televisivas con risas enlatadas a esto hay un recorrido de embrutecimiento no por lógico menos triste. Acabaremos gruñendo y aun así habrá que hacerlo bajo determinado código que ya se encargarán nuestros censores de enseñarnos.

Lo que más le cuesta entender al obtuso, la gran pirueta que propone el irónico, es la invitación al otro a tomar distancia de su propio discurso, lo mismo que él se compromete a distanciarse del suyo. Porque si recibe una respuesta igualmente irónica no solo no se ofende, sino que se regocija, se hermana, y asciende en esa compañía a un ámbito superior de entendimiento y descreimiento.

El irónico no es un cínico y tiene, puede tener, fuertes convicciones. Por eso mismo no teme jugar con ellas. Si tiene razón, probablemente su convicción saldrá reforzada del desgaste y, si no la tiene, siempre es bueno darse cuenta de ello.

La ironía lejos de ser una ofensa es una mano tendida. Un no somos para tanto. Un gol en propia puerta de ambos equipos. Pero el fanático necesita agarrarse a la seguridad inamovible de las gentes que, como explicó Ortega, “son” sus creencias, en lugar aceptar el juego de solo “estar” en ellas.

El fanático no está dispuesto a salir de su ser, de su trinchera, de su tópico. Vive en sus creencias y no puede aceptar que nadie las cuestione porque intuye el riesgo de darse cuenta de que esas creencias podrían ser solo lugares de paso. Es cobarde, es cómodo, no le da para más.

Lo cual que siendo la ironía y el humor los lujos de la inteligencia, los vamos perdiendo junto a todo lo demás lujos, en este tiempo de estrechuras. Mucha gente solo ha entendido este achicamiento del terreno de juego ahora que ha alcanzado a lo material, a lacestadelacompra. Pero algunos tenemos claro que se trata de un proceso que ya viene de lejos, y en el que el primer, el más terrible estrechamiento al que nos han estado sometiendo, ha sido el mental.

Vemos gentes tristes en la cola del supermercado agarradas a su Koipesol salvador, como hace un año se agarraban a su paquete de papel de tres capas, gentes que tienen unaopiniónfirmesobrelageopolíticaeuropea, gente no es no, gente que te desprecia porque su abuelo era rico/pobre, toda esa pobre humanidad soberbiamente gregaria, desquiciada, cruel y asustada, y nos preguntamos cuántos de ellos serían capaces de reírse de estas cosas, de despreciarlas afectuosamente con la lucidez de quien sabe que va a morir de todas formas.

Porque esos, los otros, serían nuestro equipo en el caso de que la gente como nosotros, los que fracasamos mejor, pudiéramos tener uno.

 

 

 

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