Miguel Pérez de Lema
No recuerdo bien cuándo empecé a hablar del «chinismo». Digamos que hace algo más de 10 años. ¡Vamos de cabeza al Chinismo!, decía yo a quien quería escucharme. Un agorero, un tío cenizo, un plasta, es lo que era. Y claro, nadie me hacía caso.
De esa época recuerdo una discusión con una persona que vivía en el mejor de los mundos posibles y celebraba cada segundo la dicha de haberse conocido, a la que traté de explicar lo inevitable: ¿no oyes el galope del chinismo? ¿no comprendes que todo lo que nos han contado es mentira y que estamos mucho peor que la generación de nuestros padres? ¿no te preocupa que los que vienen detrás no van a tener ni dónde caerse muertos?
Pues no, no lo veía y por tanto no le preocupaba. Y me negó todas mis hipótesis. Lo que me marcó, y por eso aun lo recuerdo, fue que, sobre no comprender mi aviso, aquella persona -que vivía «del presupuesto» y contaba con balas infinitas-me culpó a mi de estar distorsionando la realidad. «Porque a tí no te marchen bien los negocios, no quieras amargarnos a los demás», vino a decirme. Y concluyó afirmando que la mejora y el progreso de una generación a la otra eran una constante indiscutible, como la gravitación universal.
Por ese tiempo empecé a trabajar para una multinacional donde ya se había producido una curiosa división del trabajo, con dos castas. La de los fijos vivía en el primer mundo. La otra, en el limbo alegal de la precariedad. Éstos últimos trabajaban de correturnos, sin contrato, produciendo enloquecidamente a destajo y, quizá simbólicamente, los ubicaban en una larga tabla corrida, frente a la pared, lejos de la luz de las ventanas, con ordenadores viejos que fallaban, y sillas desportilladas. A ese lugar, los fijos lo llamaban «el banco chino», y reían.
Algo después, en la barbería del barrio, asistí a una discusión entre mi peluquero y otro cliente, sobre la eclosión de los «Todo a cien», que en ese momento se hicieron en un abrir y cerrar de ojos rasgados con la mayoría de los locales comerciales del centro. El cliente, dueño de una pequeña tienda, se mostraba un poco alarmado por la nueva competencia. El peluquero, por el contrario, estaba feliz de poder comprar en la nueva tienda de enfrente casi todo lo que necesitaba para su hogar y su negocio, y a unos precios de locura. En ese momento no pude evitar intervenir, con mi boca de chancla, «eso está muy bien, pero vendré a preguntarte tu opinión el día que abran al lado del «Todo a cien», una peluquería china» -advertí-.
Hoy, el hombre encantado de conocerse tiene problemas, «el presupuesto» hace aguas y ve cómo van diezmando periódicamente a sus compañeros, pero él no es lo suficientemente viejo para que lo prejubilen. La multinacional ha sido vendida a otra multinacional aun más grande y más cosmodemónica. Y yo acabo de cortarme el pelo en una de esas nuevas peluquerías chinas con «final feliz».
3 respuestas a «Chinismo»
Ni hao ma. Hola, hola. Primera lección de mandarín. No, en serio, esto ya se veía venir y la verdad es que nos lo merecemos. Todos compramos basura china que se rompe según sales de la tienda, pero como ha sido tan barato, no protestamos y nos lo comemos para volver a comprarlo. También hay que reconocerles una cierta superioridad en cuanto a espíritu de sacrificio y mentalidad trabajadora. Aquí en occidente nos hemos dedicado a acomodarnos entre los algodones del estado del bienestar, mientras que para el resto de la humanidad trabajar 14 horas para ganarse un dolar es lo normal y hasta una suerte. La única solución que se me ocurre sería exportarles el modelo europeo en cuanto a derechos civiles, laborales y humanos. Creo que según se vaya desarrollando su clase media aspirarán a mas libertad y bienestar aunque sea una lucha de decadas, en Europa se tardó un siglo y costó muchos muertos. Mientras tanto, a aprender mandarín tocan.
Doy fe de los años que llevas hablando del chinismo.
Yo tengo la solución a dos problemas: la subvención a los sindicatos y la competencia desleal de China: ¡exportemos liberados sindicales al gigante asiático!
El Pais: Testimonio de un chino ‘reeducado’
Trabajan 10 horas diarias por un euro al mes, hacen instrucción continua y apenas duermen
Muchos de los 310.000 encarcelados sin sentencia son simples críticos con el régimen de Pekín
JOSE REINOSO 27 ENE 2013
El 19 de marzo de 2011, Huang Chengcheng, un joven de la municipalidad de Chongqing, fue arrestado formalmente por la policía, acusado de “conspirar para derrocar al Gobierno”. Las pruebas: dos textos que había escrito en el servicio de mensajes cortos QQ, en los que citaba a los amigos a salir a tomar un té de jazmín, al calor de las convocatorias que circularon en Internet en China instando a la gente a pasear en lugares céntricos de las ciudades como forma pacífica de protesta. Sin necesidad de juicio, tribunal ni sentencia, Huang fue enviado días después al campo de trabajos forzados Shanping, en Chonqging. El mundo vivía la eclosión de las revoluciones árabes —o del jazmín—, y el Gobierno chino, alarmado ante la posibilidad de un contagio, lanzó por todo el país una dura campaña contra activistas y disidentes. Huang cayó así en el sistema de reeducación por el trabajo, que permite a la policía encarcelar hasta cuatro años sin necesidad de juicio.
“Dos mensajes fueron toda la evidencia de mi crimen. Pasé 21 meses en campos de reeducación; hasta las 3.50 de la tarde del 17 de diciembre de 2012”, explica por teléfono. “Pretenden cambiar tu comportamiento. Nos obligaban a cantar canciones revolucionarias, a sentarnos de una determinada forma, a caminar en fila. Nos hacían formar como en el ejército, nos adoctrinaban. Buscaban cansarnos lo máximo posible para que no pensáramos en nada más”.
El sistema, inspirado en el modelo soviético, data de mediados de la década de 1950. Originalmente, surgió para encarcelar a “contrarrevolucionarios”, “capitalistas” y críticos con el nuevo Gobierno comunista de Mao Zedong, tras la fundación de la República Popular China, el 1 de octubre de 1949. Pero, más tarde, fue extendido a autores de otros delitos, prostitutas o drogadictos. Es ampliamente utilizado también contra activistas políticos y religiosos, y miembros del movimiento de inspiración budista Falun Gong, que Pekín considera un “culto diabólico”, por lo que lo ilegalizó a finales de la década de 1990.
Según el Ministerio de Justicia, en 2008 había en China 160.000 personas internadas en un total de 350 de estos centros. La cadena de televisión pública CCTV eleva el número a 310.000, en 310 centros.
La reeducación por el trabajo es un sistema de detención administrativa para delitos menores, dictada por la policía fuera del sistema judicial. Es distinta de la antes llamada reforma por el trabajo (laogai), que incluye prisiones, granjas y campos de trabajos forzados para condenados por un tribunal, con penas más largas. Estas instalaciones continúan, pero el Gobierno no usa el término laogai desde mediados de los noventa.
En Shanping, Huang fue obligado a trabajar primero en el equipo dos de la unidad cinco, donde fabricó componentes de motocicletas, y luego en el equipo dos de la unidad uno, donde, según dice, se producen cables de automóvil para la compañía china Changan. “Trabajaba 10 horas al día. A veces más, a veces menos, dependiendo de las necesidades en la factoría. Dormíamos muy pocas horas, porque también teníamos todas las otras actividades”. En Shanping, los presos están repartidos en siete unidades, según cuenta: de la uno a la nueve. No existen la número cuatro —cuya pronunciación es similar a la de la palabra muerte— ni la ocho —número de la suerte en China, ya que suena como fortuna—. Le pagaban ocho yuanes (un euro) al mes.
Según el Ministerio de Justicia, en 2008 había 160.000 internos en 350 centros. La televisión pública dobla la cifra
En cada unidad había entre 100 y 300 internos. “Son peticionarios [personas que protestan ante las autoridades por causas que van desde las expropiaciones ilegales de tierras hasta la corrupción o injusticias en los tribunales], pequeños ladrones, participantes en altercados públicos, proxenetas, y gente como yo, que es detenida por sus palabras”, afirma este hombre de 29 años. En la habitación en la que él dormía se apiñaban 16 personas en literas dobles. La unidad siete era la de los miembros de Falun Gong.
Los campos de reeducación han sido muy criticados por organizaciones internacionales como Naciones Unidas, pero también, dentro de China, por abogados y académicos, que los consideran ilegales y fuente de abusos. Además, son campo de corrupción, con familiares de detenidos que pagan a los funcionarios para reducir sus penas o para mejorar su alimentación.
“El sistema de reeducación por el trabajo viola la Constitución china y la ley, no es humanitario, ha sido utilizado en muchos casos injustos, falsos y erróneos y causa muchas peleas en la sociedad. Es hora de que sea abolido”, afirma Hu Xingdou, profesor de Economía en el Instituto de Tecnología de Pekín, que ha denunciado con frecuencia el modelo. “Quienes están internados no han quebrantado la ley criminal, y estos campos son ilegales; por tanto, no son criminales. Este sistema priva a la gente de sus derechos sin un juicio”, añade Pu Zhiqiang, un abogado que ha llevado muchos casos sensibles y contribuyó a la liberación de Huang.
Desde hace años, el Gobierno dice que va a reformar el sistema. Pero la presión, entre otros, del Ministerio de Seguridad Pública, que ha advertido de que su eliminación supondría una amenaza para la estabilidad social, ha ido retrasando la decisión. Sus defensores argumentan que ayuda a reducir la criminalidad. Algunos expertos consideran que su cambio podría aumentar los casos en los ya muy sobrecargados tribunales, y otros, que su transformación supondrá una merma de ingresos para los Gobiernos locales, que se benefician de la mano de obra gratis para fabricar productos, que incluso son exportados.
Desde hace años, el Gobierno dice que va a reformar el sistema. Sus defensores argumentan que ayuda a reducir la criminalidad
La llegada de Xi Jinping, en noviembre pasado, a la secretaría general del Partido Comunista Chino (PCCh) y sus llamamientos a luchar contra la injusticia y la corrupción parecen haber dado un nuevo impulso a la reforma.
El Diario del Pueblo —órgano oficial del PCCh— publicó en noviembre un editorial en el que decía que la reeducación viola la ley y se ha convertido en “una herramienta de venganza” en manos de algunos. A principios de enero, Meng Jianzhu, miembro del Politburó del PCCh y director del Comité de Asuntos Políticos y Legales, aseguró que su uso “finalizará este año”, tras la aprobación en el Parlamento, cuya sesión anual tiene lugar en marzo. Las declaraciones del alto funcionario fueron matizadas, poco después, por la agencia oficial Xinhua: “El Gobierno chino promoverá este año las reformas de su controvertido sistema de reeducación por el trabajo, que, según expertos, contradice leyes superiores, incluida la Constitución china”.
Huang, un operario especializado en máquinas de control numérico, afirma que la seguridad en Shanping es, incluso, “mayor que en una cárcel”, y el régimen de funcionamiento, muy estricto. “Tienes las llamadas seis posiciones fijas obligatorias. Cada interno tiene su mesa y su lugar en ella para comer, su sitio en las filas, su lugar para las clases de estudio, su puesto de trabajo, su cama. No puedes caminar libremente, y si incumples las normas, te castigan de pie durante horas, te confinan en solitario en una habitación pequeña o te golpean. Además, te deducen puntos y alargan tu estancia”. Dice que los maltratos son frecuentes. “He visto a menudo pegar a internos hasta que sangraban y tenían que darles varios puntos en la cabeza. Quienes pegan no son los policías, sino otros empleados”.
Algunos críticos temen, sin embargo, que la reforma sea solo una operación de maquillaje. Según Human Rights Watch, en los últimos años, Pekín ha considerado sustituir los campos de reeducación por un sistema de detención que “dejaría esencialmente intactas características clave del mecanismo existente: un sistema de detención administrativa, bajo el control del Departamento de Seguridad Pública, que existiría en paralelo al sistema criminal formal y permitiría detenciones a largo plazo sin los beneficios de un juicio y el debido proceso legal”. Según la organización, “utilizaría un nombre diferente, establecería una sentencia máxima y, en teoría, permitiría algunos derechos procesales, como el acceso a un abogado”.