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Roma, Adictos a la Dolce Vita (adicta al micro, 3)

Por Inés Zarza
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A Carlos

El otro día el micro me llevó a Roma.
A las 5 de la tarde, tras una intensísima sesión de trabajo, mi compañero y yo nos tiramos a las calles de Roma como si no hubiera infierno. Teníamos dos ideas en mente, caminar todo lo que nos permitieran nuestros pies y llegar hasta un restaurante que nos habían recomendado: El Meo Pataca. Nos sentíamos felices, liberados del micro hasta el lunes.

Caminamos desde Via Barberini hasta Via Veneto, inmortalizada en la Dolce Vita, con sus hoteles de principios de siglo pasado y sus restaurantes con terrazas acristaladas desde las que se podía ver cenar a rubicundos americanos en un entorno de exceso y sofisticación. Hacía tanto frío que para llevar la contraria a aquellos gringos que se pretendían italianos decidimos tomar una copa en el único local americano de la calle. Harris Bar, un fantástico local con sillones de cuero y librerías de nogal. Como dos pretendidos millonarios despreocupados nos pedimos dos Dry Martini. La factura fue de no contar y no lo haré. Envalentonados de ginebra y belleza enfilamos hacia la Plaza de España y bajamos sus impresionantes escaleras para dar a la Via del Corso, plagada de gente que compraba o cotilleaba en los invitadores escaparates de Gucci, Prada, Bulgari y demás cadenas de lujo.

Después, transformados en auténticos holandeses errantes cruzamos el impresionante monumento a Victor Emmanuel II desde el que Mussolini pronunciaba sus discursos, y poco a poco fuimos rodeando los Foros y el Coliseo. En un momento dado, mi colega, un apasionado de la historia, me comenta; ¿Te das cuenta que ese edificio era el auténtico Senado Romano? Impresionante, asentí sin tener del todo claro si ése era el edificio en el que asesinaron a César, o me estaba equivocando de película. Pero lo que más me gustó fue ver la pasión con la que me iba explicando los entresijos de esta ciudad; a los intérpretes nos apasiona contar historias, pues hablar es nuestro medio de vida y de expresión. El frío dañaba nuestros oídos, habitualmente sensibles, pero decidimos seguir caminando hasta el Trestevere.

Nadie nos esperaba en aquella noche de sábado tan lejos de nuestra realidad. En ese momento sentí de un modo muy intenso que el exilio es quizá la auténtica patria del intérprete, entendiendo por exilio la capacidad de acomodarnos a cualquier lugar, circunstancias, o país, a entornos siempre cambiantes, siempre nuevos y siempre, necesariamente, con fecha de caducidad. Vislumbramos la elegancia del Arco de Constantino y recorrimos el espectacular circo máximo del tamaño de varios Santiagos Bernabeu. Al final del recorrido, el regalo inesperado del templo de Vesta, apaisó nuestros sentidos desbordados de tanta grandiosidad.

Tras una hora caminando llegamos al Trastevere, barrio ubicado a la orilla oeste del Tíber. Antiguamente fue el barrio gótico, o zona más deprimida de la ciudad aunque en la actualidad se ha convertido en la zona de moda. Una especie de Malasaña chic. En sus garitos y restaurantes frecuentan jóvenes romanos y turistas aliviados ante una monumentalidad más de andar por casa. No hay que perderse, sin embargo, la belleza de la basílica de Santa Maria del Trastevere que sobrecoge incluso después de una intensísima dosis de cultura y piedra en el centro de Roma.

Tras un trasegar algo inseguro por varias callejuelas del barrio llegamos a la Plaza del Mercanti en la que se encontraba el prometido restaurante. Como una pareja de voraces Ulises entramos en el local. El espectáculo fue desolador. Una especie de oscuro mesón salmantino, con ristras de ajo colgadas del techo y cuatro napolitanos gritones, cantando las canciones de su tierra a todo volumen (como verracos, describió mi compañero, siempre tan fluido y expresivo).

Escapamos decididos de aquel espantoso lugar. A fin de cuentas, somos hijos del viajero de Bowles y no turistas cualesquiera.

Terminamos en una pequeña pizzería frente a una botella de Chianti perfecta para un buen ataque nocturno de acidez, y devorando focaccia con aceite picante, como si no hubiera infierno. Ya de madrugada regresamos al hotel en un taxi que desde cuya radio sonaba Radio Vaticano. Estábamos agotados pero en Roma, y a Roma……la vita e dolce…..

0 respuestas a «Roma, Adictos a la Dolce Vita (adicta al micro, 3)»

Querida Inés: antes de partir mañana de Roma, y para rubricar tu bonita crónica, quiero hacer una reverencia a esta ciudad que siempre nos acoge con su luz especial y sus extrañas gentes (tantos religiosos/as de hábito, jóvenes para más inri, turistas que se creen en una película de Fellini y japoneses (y ahora muchísimos chinos) que siguen fotografiando y gastando miles de dólares en un bolso (summum actual de la moda globalizada) para no ser menos que los vecinos.
Pero aún más agradable que ser acogidos en nuestros repetidos exilios laborales por una ciudad, es compartir todas esas escenas y recorridos con compañeros y amigos como vosotros. La ciudad y el viaje son una excusa para conocernos y apreciarnos más.
Grazie mille

Ines.,
Acabo de entrar en la oficina y antes de organizar containers, aguantar a mi jefe, contactar clientes, pedidos que no llegan, pedidos que se retrasan y ver diseños que no se corresponden con lo que habias planeado…. para que os voy a contar más… me tomo mi cafecito y leo tu escrito… HOY VOY A EMPEZAR LA MAÑANA BIEN…. ME HA ENCANTADO, OJALA PUDIERA ESTAR YO EN ROMA.
besos

Chère Inesita,
Oh oui la vie est belle. Ton récit me fait voyager dans cette belle Italie et me rappelle ce joli Noël que nous avons passé à Rome il y a quelques années. Ici, peut-être aurons-nous de la neige pour Nöel 2007. Je te le souhaite plein de paix et de lumière. Besos,

PD : Disculpen mi respuesta en francès pero con mi espanol de ahora suena mucho peor en castellano y a una poeta se contesta con estilo !

Gracias por tu puntualizacion querido/a idoru, efectivamente berraco no está aceptado por la Real Academia de la Lengua Española a pesar de que en colombiano «berraco es el niño que berrea, berrear es dar berridos y un berrido es la voz del becerro», es ese sentido y acepción mis napolitanos «berreaban»
Para tu tranquilidad te diré que da igual que un intérprete comenta faltas de ortografia puesto que su resultado a través del micro no varía si dicen «verraco o berraco» ya que en castellano suenan igual, distinto sería si dijeran por ejemplo «perraco», ahí ya tendríamos un lio………….
de todos modos, de tu comentario me quedo con el beso ( con B bilabial)
Ines Zarza

Nunca estuve en Roma.
Sin embargo, ahora, me parecen familiares estas calles que recorriste, que describiste con la sensibilidad en carne viva del intérprete después de un día de trabajo en cabina.
Puedo decir después de tu relato, querida Inés, que he estado también un poquito en Roma.
Geneviève P

Inés:
Entiendo que te moleste mi corrección, pero no deberías buscarte excusas tan peregrinas. Con lo fácil que es pedir perdón.
En cuanto a mi tranquilidad, te aseguro que lo que contribuye a ella es ver que la gente que escribe conoce y domina el idioma. Sólo eso.

Ines, no habia entendido muy bien de que se trataban esos mensajes que me estaban llegando, ahora recuerdo que Angela me ha dicho que tienes pasion por la poesia, por escribir. Felicito esas cualidades artisticas que te hacen mas admirable de lo que ya eres, esta muy bueno; he estado en Roma pero tu estilo me ha transportado para ver lo que antes no habia visto. Celia.

Querida Inés,

Me encanta que hables tan bien de mi ciudad, la verdad es que la echo de menos a menudo y tu artículo me la ha acercado un pelín.
Cuando leí lo del Meo Patacca me dio un patatús, hace siglos que los romanos no van, sigue viviendo sólo y exclusivamente para turistas despistados y no sé quién te lo pudo recomendar. No me extraña que os largarais.
También quiero decirte que, a pesar de los «berracos o verracos», tus artículos me parecen estupendos y siempre reflejan la vida de las/os intérpretes y cómo nos sentimos.
Un beso, Teresa

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