Por César de las Heras
En el jardín todo está dispuesto. Llega el invierno, el riego está en off, el pasto aletargado, las hojas no están. He cubierto zonas sensibles con plástico de burbujas para que cuando hiele, los daños no aparezcan. Guardé la mesa y las sillas, y guié las enredaderas para que no se pierdan en los meses próximos. Preparé las plantas con poda invernal, y arranqué la mala hierba sin ningún tipo de remordimientos. He paseado de arriba abajo sintiendo el frío que se acerca, y he pisado las piedras blancas mirando su estructura y escuchando su quejido bajo mis pies. He tocado con los dedos las aromáticas, y después he metido las manos en los bolsillos cómo quien guarda aromas en cuencos de barro, y los destapa, y cierra los ojos, y sonríe. He mirado a Beltrán y me han llegado voces conocidas, y me he dado cuenta que los pájaros ahora cantan menos y que las montañas han mermado con el frío, y que sigo aquí, ensimismado. Uno de los árboles tiene manzanas enanas, son rojas, y curiosamente, cuando suelta las hojas, las manzanas se aferran en sus puestos y permanecen; canicas pendulares, puntos de color, dubitativas. La silueta de uno de los arces es una “y”, algo común en ésta especie, no obstante, yo le digo que es el arce más bonito del mundo, y le hago fotos en todas las estaciones, y esperamos al tren juntos. Debo tener mucho cuidado con las conversaciones, el olivo escucha, y los otros, debo lanzar las miradas buscando la equidad. En un jardín todo tiene su importancia, y las plantas, que no me discriminan, no deben sentir celos. Por lo tanto es buena la lentitud, la armonía, y la frase adecuada a cada especie. Mantengo los propósitos, y la fina estampa la extiendo con la mirada desde el balcón del norte; saben que yo no tengo hojas que tirar, y respetan mi retiro, y mi aliento y apoyo tras de los cristales.
Hoy vino un amigo de los que no cambian, y no por que no cambie, si no por que lleva tanto ahí que hemos llegado a acompasar las variaciones, y transcurrimos con normalidad, sin reparar en canas, sin variar las frases hechas. Me advirtió que al pedirle su atención sobre una de mis esculturas, le estaba llamando cómo si llamase a mi perro; esto me ha dejado más pensativo aun, no pensé que eso fuera posible. Empiezo a adoptar los gestos de Beltrán y saco la lengua para refrescarme. Atiendo a vuestras suplicas y olfateo haciendo un ruido escandaloso. Ensimismado, sólo me salvan los cocuyos, las rancheras, la inspiración y los orgasmos. Cuando movamos el rabo en paralelo, comenzaré a ladrar, para qué tanta palabra, “blablablismo” de Zenda.