por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original:weltrotkreuztag
– ¿Cómo puedes dormir todo el día, padre? –preguntó a su padre ciego el joven Varlam Shalamov.
– Tonto, yo cuando duermo, veo.
El escritor no olvidó nunca aquellas palabras. También para él, el sueño sería durante muchos años una bendición, significaría el fin de una jornada de horroroso trabajo en el Gulag.
El padre de Varlam, Tihon Shalamov, fue sacerdote. Varlam calló su origen cuando ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Moscú. Un año y medio más tarde le expulsaron por ser hijo de religioso. Fue su primer encuentro con el régimen estalinista, todavía en ciernes.
Moscú era por aquel entonces una ciudad inhóspita. Varlam malvivió ganándose la vida de cualquier manera y no consiguió su sueño ni entonces ni después; publicar, ser periodista, escritor. Sus poemas gustaban, impresionaban, fascinaban –por fin algo poderoso, con talento, decían los editores- pero no llegaban a publicarse. Varlam sufría.
En 1929 fue acusado de “trotskista” por intentar difundir el “Testamento de Lenin”, una carta en la cual el Jefe de la Revolución de Octubre destacaba los defectos de Stalin y criticaba sus inclinaciones autoritarias. Fue enseguida encarcelado, juzgado y condenado a tres años de trabajos forzados en el campo de Vishersk, al norte de los Urales. Fueron 3 años de cruel aprendizaje, de progresiva e irreversible deshumanización, necesaria para adaptarse y sobrevivir. Unas vacaciones, sin embargo, en comparación con lo que vendría después.
En 1931 es liberado, regresa a Moscú, se casa por amor –parece que las mujeres lo adoraban- y tiene una hija. Escribe. Es feliz. El título de un poema intriga a su mujer. “El tenebroso Norte”.
– ¿Y tú cómo sabes que es tan tenebroso? –bromea.
Sus palabras dejan confuso a Varlam, que no sabe qué contestar. Conocerá este norte más tarde. A fondo. Pero de momento todo va bien. Celebran en familia la llegada del terrible año 1937, el comienzo de la Gran Purga, incluso su suegro le aconseja ingresar en el Partido Comunista. Pero Varlam se había prometido a sí mismo mucho antes no formar parte de ningún grupo, ir solo por la vida.
Las autoridades consideran entonces que los tres años pasados en el campo de Vishersk no fueron suficientes y vuelven a encarcelarlo. Su mujer y su hija son deportadas, son culpables de ser esposa e hija del enemigo del pueblo, y Shalamov efectúa su viaje al Tenebroso Norte. En uno de sus cuentos, un preso reflexionaba así: “Es una especie de libertad, un viaje pagado por el Estado pero con una estancia en el infierno”.
La humanidad se descubre ante Shalamov en su desnudez más horrible, llena de llagas. Ha aprendido que el hombre no es generoso. Que por los crímenes no castigan. Que puedes matar y seguir viviendo. Que puedes mentir y seguir viviendo. Que te pueden apuñalar por un jersey o pegarte un tiro porque tu cara no gusta. Que tu pellejo vale menos que el pellejo de un perro, bueno para un par de guantes. Que los proverbios no funcionan, que sólo del pan puede vivir el hombre, que en la necesidad se conoce al buen amigo si esta necesidad no es demasiado grande. Que al hambriento se le pueden perdonar muchos pecados. Que ser culto, saber contar novelas de Alejandro Dumas, Victor Hugo y Bram Stoker de pronto te puede traer el aprecio de los que hacen la ley en el campo,que pueden ofrecerte protección y alimentos a cambio de un relato bien contado. Que el invierno en la Taiga siberiana es eterno como la muerte y el verano, efímero como la vida. Que no hay sol. Que escabullirse del trabajo es de listos; ensalzarlo, de fariseos y odiarlo, de esclavos. Que el hombre es más resistente que las bestias porque el hombre alberga esperanzas. Que el trabajo es tan malo como cualquier tormento y que en la vejez tendrás tantos días sin dolores como días hayas conseguido burlarlo cuando eras joven. Que se puede ser artista de la pala o de la carretilla. Que no hay héroes. Que los principales motivos de alegría de los hombres son dos: que a alguien le esté pasando algo malo y que ese alguien no sea yo. Que en los entierros nadie llora. Que para sobrevivir primero hay que dejar de amar al prójimo, después, dejar de odiarlo y, por último, dejar de pensar también en ti; esto también cansa, agota la energía. Que cualquier mujer se cree hermosa si está bien alimentada y bien vestida.
Después de 14 años en Kolymá, Varlam regresa. Su mujer lo recibe en el andén. El encuentro es emocionante. Tuvo que divorciarse de su marido, pero ha seguido queriéndolo. Su hija, no obstante, reniega de él. Pero Varlam ya no sufre. Entiende la situación y se va. Necesita soledad. Empieza a trabajar en una fábrica de una ciudad pequeña. Tiene derecho a una habitación en la residencia para obreros. Es un cuartito pequeño con una cama, una mesa, una silla y un armario. Es todo lo que le hace falta. Allí empieza a escribir un día “Relatos de Kolymá” . Se limita a contar, sin lamentarse ni juzgar a nadie. Sólo quiere que llegue a todos el horror que han creado “esos canallas”. Con nombre y apellidos. Como si quisiera decirnos que “quien necesita de muchas palabras para describir el sufrimiento, no ha sufrido”. Su documento es la memoria. Al principio temió quedarse sin palabras, como les ocurre a muchos escritores espantados por el blanco papel, que su memoria le fallara. Sabía que su cerebro se había quedado seco y pequeño por culpa de la privación prolongada de alimentos. Pero a la memoria no le venían palabras, sino hechos que se escribían solos.
Su estilo es el de un escritor que ya no descubre nada con la palabra, sólo describe. El de un hombre que murió muchas veces y al que, después de cada muerte, le fueron quedando cada vez menos ilusiones, deseos y sueños, hasta que estos desaparecieron por completo. Venció uno por uno todos los miedos que atormentan al hombre y al escritor, incluido el de que su obra nunca sería publicada. Los editores rechazaron el manuscrito precisamente por la ausencia de entusiasmo trabajador, tan necesario para la moral de los ciudadanos soviéticos.
El único miedo que no logró vencer fue el miedo a quedarse sin comida, que siguió escondiendo bajo la almohada. Y nunca cerró la ventana de su cuartito, ni siquiera cuando estaban a veinte grados bajo cero, porque se ahogaba: en Kolymá, cuando estaban a cincuenta bajo cero y la saliva que escupían se helaba en el aire, ellos trabajaban.
Películas basadas en las obras de Shalamov: (“Несколько моих жизней”) “Algunas de mis vidas”, (“Завеща́ние Ле́нина”) “El testamento de Lenin”, (“Последний бой майора Пугачёва”) “El último combate del mayor Pugachov»
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
0 respuestas a «Shalamov y la alabanza del trabajo»
La lectura de Shalámov se hace dura página a página. Sólo de pensar por lo que pasó ese hombre…
Me han entrado unas ganas tremendas de leer a Shalámov (si alguno de los lectores que me conoce tiene algún libro suyo, agradeceré que me lo preste).
Me encanta leerte. Gracias, Robert.
A ti, Marisol. Shalamov fue traducido al castellano y publicado por Minúscula si no me equivoco. Hombre, Seleucus, ¿qué hay, tío? Tú ya has hablado de él en tu blog hace tiempo.
Un abrazo.
Marisol, recuerda a «nuestro» ruso, hablaba mucho de este escritor en su novela.
No he leído a Shalamov y no tengo ni idea de su calidad. Pero hay una cosa que cabe pensar sobre el género de denuncia -en general-, tanto soviética como nazi, si no se confunde a veces el valor del testimonio con el valor literario. Quiero decir que no siempre tienen por qué ir unidos pero el valor moral de la denuncia parece que afecta el sentido crítico del crítico. Ya digo que no sé si es el caso de este.
En España casi cada año se «descubre» un nuevo libro de este tipo, un nuevo centroeuropeo que llega retraducido del francés, y siempre se dice que es la monda, literariamente, cuando en realidad puede se que trate sólo de un testimonio fuerte -y ya visto- más que de una buena novela. No he visto nunca una crítica literaria negativa de este tipo de libros.
Por otra parte, Robert, lo que sí me parece literario es cómo hablas tú del comunismo, se nota el testimonio y la literatura. Y esa unión es lo que cuenta.
A lo mejor me he hecho un lío, no sé.
Miiguel, antes de escribir este artículo tuve que leer muchos cuentos suyos y ver las peliculas testimonio, como las basadas en sus obras. El caso es que yo leí sus obras en ruso. Creo que se pierde un poco cuando se traducen a otros idiomas, no sé, pero lo que puedo asegurar es que lo que leí es muy fuerte y tampoco le falta calidad literaria. Shalamov desde muy joven quiso ser escritor y empezó escribiendo poesía. Leyó mucho antes de coger la pluma. Pasternak comparó su poesía con la poesía de Pushkin de quien se dice que renovó el ruso. Bueno, habría más cosas que decir al respecto.
Un abrazo
No he leído nada de Shalamov, pero Lozinski lo borda.
Minúscula está publicando sus relatos por tomos. Estas navidades pasadas compré el tercer tomo (creo que son seis), aunque aún no lo he leído. Pero seguro que es igual de duro y emocionante a la vez que los anteriores.