Por Hija de Cristalero
Estoy fumándome un cigarro en la puerta de la tienda y la madre de una compañera de clase de mi hija cruza por el paso de cebra hacia mi acera, hacia donde yo estoy.
Cada vez que salgo a fumar un cigarro, sólo tengo que mirar a los ojos de quien pase a mi lado para que se pare a hablar conmigo. Llevo varios días pensando en mirar a los ojos del cura del pueblo- un cuarentón bastante fornido que parece un hombre de letras-, para que se detenga a hablar conmigo y pedirle que me recomiende una buena edición de la Biblia. Mejor, para pedirle que me la deje. Ando leyendo Crónica del Desasosiego, de Pessoa, y me encuentro mística ahora que empieza de verdad el invierno.
La madre de la amiga se acerca a mí cargada con las bolsas de la compra, le sonrío, se detiene y me dice:
– ¡No sé qué hacer con el dinero!
No necesita decirme más para que la entienda.
– ¡Sales con cincuenta euros y no compras nada!¡Nada!
Hablamos un rato sobre los disparates de los precios, sobre la Navidad que se nos echa encima, sobre no llegar a fin de mes ni un puto mes, sobre los sueldos prorrateados y los gastos extraordinarios… yo apago el cigarro, ella vuelve a coger sus bolsas y sigue su camino.