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Privilegios proscritos

por Marisol Oviaño

Aunque este mes ha cumplido 80 años, no puedo pensar en ella como en una anciana.
Hace poco se pasó a saludarme cuando iba camino de una reunión o un congreso de psiquiatras, se había puesto una falda estrecha, tacones altos y un poco de maquillaje; y pensé que sus curvas todavía podían atraer las miradas de los hombres.

A la trinchera proscrita suele venir con ropa informal, pero tampoco entonces se parece a los muchos jubilados que pasan por delante del escaparate. Hace tiempo que vengo observando que la vejez nos hace clónicos, pero ella no se parece a ningún viejo que conozca. No tiene sus achaques, no tiene sus pequeñas preocupaciones de pensionista, no tiene su limitada visión del universo. Y quizá sea porque ella todavía se mantiene activa, sigue pasando consulta, tocando el piano, jugando con su nieto…todavía tiene inquietudes.

Por eso nos conocimos: le habían pedido que escribiera unas páginas para un libro y buscaba un corrector. Desde entonces hemos pasado mucho tiempo juntas, porque siempre tiene alguna idea en la cabeza. Entre nosotras hay una camaradería que nos hace cómplices, y para mí es un lujo trabajar con ella, pues aprendo de cada frase que escribe y de cada rato que compartimos.

¿Sabes? me dijo el otro día, yo ya podría morirme.
Sabía que yo no iba a apartar la mirada, ni iba a cambiar de tema, ni le iba a decir «anda, anda, que te quedan muchos años por delante». Encendió un cigarro y me devolvió el mechero.
A veces…la vida ya me aburre.

0 respuestas a «Privilegios proscritos»

Teniendo en cuenta a esta persona cuya oficio de vida es «VIVIR», es para considerar esa frase… x ende no dejar de mirarle a los ojos con intensidad. Susana ( una mujer argentina).

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