Por Marisol Oviaño (dedicado a Miguel)
Sé que tarde o temprano tendré que dejar de fumar.
Y no tanto porque aspire a una vida longeva, como porque vivo en un edificio sin ascensor y me asfixio cuando llevo dos bolsas de la compra. Y yo soy una mujer eminentemente práctica: no podría con la compra y la botella de oxígeno.
Quienes no fuman, se creen que dejar de fumar es dejar de echar humo, ahorrarte una pasta, ganarlo en salud…
Quienes sí fumamos, sabemos que dejarlo es cambiar de vida.
Dejas de fumar y, lo quieras o no, te empieza a dar asco el tabaco y la gente que lo fuma. Lo sé porque estuve un año sin fumar. Aunque a veces te da envidia su libertad, la inconsciencia con la que encienden un cigarro, incluso te indigna que no lo disfruten, que no den gracias al cielo por cada calada.
Dejas de fumar y empiezas a dejar de salir de cañas con los amigos: el alcohol te da unas ganas terribles de fumar y viceversa. Para no perder a los amigos, les invitas a cenar a tu casa, Y les indicas que el cenicero está en la terraza, justo esa noche que hace dos grados bajo cero. Cuando ellos te inviten a ti, estarás deseando marcharte cuanto antes de su casa ahumada y te olerás con asco la ropa cuando llegues a la calle.
Serás otro.
Un entrañable amigo fumador sufrió un infarto. En el hospital juró y perjuró que nunca más volvería a encender un cigarro. Mantuvo su promesa unos meses. Y cuando le preguntabas por qué había vuelto a caer, daba una respuesta incontestable:
– Cuando fumo soy mejor persona.
Ánimo a todos los exfumadores.
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Cuando no fumo estoy más triste. Creo que lo más dificil que he hecho en la vida es dejar de fumar. Y no sólo por la intensidad de la fumadora que hay en mi, ese animal acorralado hoy, acojonado tal vez. A los cinco minutos de dar a luz a mi único hijo, me fumé un marlboro que me abrió las puertas del pulmón y las rompió, mi mejor amiga limpiaba con clinex la sangre que mi osadía regaba en el cuarto de baño de aquel hospital público en el que aprendí que ser madre soltera es sórdido aunque no se quiera. A nadie se le ocurrió racanearme el mechero, tras 24 horas de parto, hoy no estoy tan segura…..
Fumé mi primer pitillo con 12 años en la azotea de casa de mi mejor amiga de la infancia. No me gustó, cuanto menos me gustaba más insistía, así, como con el tabaco he hecho con los hombres de mi vida.
Dejé de fumar por amor. Luego, con ocho kilos de más y una mala leche ingobernable, me dejó el hombre que pensaba en mi salud.
Y no volví ni a por él ni a por el pitillo.
Pero no me siento mejor
Estoy más triste, soy más triste y cuando me pongo a escribir relatos por las noches daría… daría lo que fuera por uno de esos marlboritos rojos que te rompen la garganta, cuando eres verdaderamente una fumadora viciosa.
Además, antes era delgada y ahora he de matarme de hambre para no pasar de la talla cuarenta.
Además fui campeona de vizcaya de tenis cuando fumaba un paquete de fortuna al dia.
Una mierda y un cuento tártaro
No vuelvo a fumar porque no tengo ovarios para volver a dejarlo
Ines
Se me ocurre que quizá, lo que deberíamos hacer, es exigir al Estado que nos venda TABACO y no la porquería adictiva que nos vende desde su monopolio