Por Hijadecristalero
Mi compañera colombiana lleva 6 años en España y se ha comprado un piso con jardín y piscina a casi 50 kilómetros de Madrid, que es donde trabajamos.
Ella, como yo, está pluriempleada: trabaja diez horas y media al día, su marido se va a Mercamadrid a las seis de la mañana y vuelve a las once de la noche.
Tienen un solo hijo. La madre de mi compi se quedó viuda hace un año en su Colombia natal y lleva varios meses viviendo con ellos
Mi colega jamás pierde la sonrisa, siempre está alegre, asume que vivir bien exige unos sacrificios y encara la vida con un entusiasmo que debería ser desgravable. Su capacidad de lucha y sacrificio debe parecerse a la de mis padres, que construyeron con gran esfuerzo un pequeño imperio, que no tuvieron ninguna de las facilidades que yo, como hija del Estado de Derecho, he tenido siempre: educación obligatoria, sanidad gratuita, etc…
Cuando acabo mi trabajo en el polígono, regreso a mi mundo de clase media-alta, me tomo una cerveza con mis antiguos compañeros de casta y les oigo quejarse de lo cara que está la vida, lo mal que está el servicio, lo duro que es trabajar en una oficina y lo difícil que resulta llegar a fin de mes mientras siguen esperando que la vida les mantenga siempre en el lugar al que creen pertenecer, del que yo salí por la vía rápida hace un par de años.
Observo el mundo desde un lugar privilegiado: yo ya tuve la gran y bonita casa con su jardincito verde, la hipoteca insoslayable, el brillo del triunfo. Yo ya bajé a los infiernos y comprendí que sólo saldría de él arremangándome.
Por esa razón escucho a mis amigos en silencio y tomo nota de todo lo que me enseña mi compañera colombiana.
Estamos en tiempos de selección natural de la especie, y el fuerte no será el que más privilegios acumule, sino quien más capacidad de sacrificio tenga.
Fotografía de Sebastiäo Salgado