Por Marisol Oviaño
Durante mi estancia en México el año pasado, me llamó sobremanera la atención la insoslayable y abrumadora presencia de oficinas de crédito rápido. Recuerdo que a la entrada de Veracruz se alternaban sus modernos escaparates de carteles agresivos con improvisados y destartalados talleres de coches en los que nadie parecía trabajar. Pobreza y dinero fácil convivían en la mayor de las armonías aparentes.
Llegamos a Veracruz en un camión (así llaman allí a los autobuses) y nuestra intención era alquilar un coche e ir a Oaxaca. Pero los disturbios reivindicativos que entonces comenzaban y todavía siguen al grito de Compañeros, el enemigo es el Estado, las lluvias torrenciales y el sentido común, nos hicieron desistir de la idea, e improvisamos un accidentado y aventurero viaje rumbo a Puebla.
México es un país en el que el Estado brilla por su ausencia: las grandes ciudades se inundan cada vez que caen cuatro gotas como si fuera un mal inevitable y no algo que se pudiera subsanar con un buen sistema de alcantarillado, el cielo es un lugar de telas de araña de cables de la luz y de teléfono, las farolas de la calle son proveedores de energía eléctrica para los muchos minúsculos negocios que se enganchan a ellas, el número de personas lisiadas o mal curadas es sobrecogedor- los pobres no pueden pagar la sanidad-, los apartados de las oficinas de correos están hechos con restos de cartón de cajas viejas, ancianos y niños han de buscarse la vida como pueden…
Las carreteras comarcales suelen estar sembradas de “guardias dormidos” que en su día estaban pintados para que el conductor pudiera verlos y frenar a tiempo, pero en su mayoría carecen de colores y, si no conoces bien el camino, probablemente te dejes los bajos del coche en uno de ellos. Camino de Tlaxcala vimos mujeres y hombres muy mayores pintando las rayas de los “guardias dormidos”. Cuando frenabas para no atropellarlos, te tendían la mano: estaban haciendo el trabajo que el Estado no hace, pedían una limosna a cambio de su trabajo, que suponía un bien común.
De un tiempo a esta parte en España han ido surgiendo entidades de crédito rápido que invierten mucho dinero en publicidad ¿quién no puede decir al menos el nombre de una de ellas? Las mismas, o clones, de las de México. Hable con quien hable, todo el mundo está de acuerdo: los salarios no dan para vivir. Aunque tal vez gastemos demasiado. ¿Tal vez? Juntemos las dos cosas: gastamos demasiado, nuestros gastos crecen en progresión geométrica y nuestros ingresos en progresión aritmética. Pedimos demasiado y damos muy poco: nos han convencido de que la vida es fácil y lo merecemos todo.
Las entidades de crédito rápido desembarcan en nuestro mundo de viviendas a precio de un sueldo durante toda la vida (si tienes la suerte de tener pareja, si no: ten hijos para que hereden tu deuda), pedimos dinero a los bancos hasta para la vuelta al cole- que es un palo indecente y consentido por todos- la gente hace cola en Londres para sacar su dinero como los argentinos durante el corralito, la sociedad de bajo coste parece realmente materializarse.
El Primer Mundo llama a todos sus habitantes a hacer un examen: si no lo superas, acabarás perteneciendo al Tercero. La clase media no es algo que haya existido desde siempre, ha existido sólo un lapso pequeñísmo de tiempo en la historia de la humanidad.