Leo fragmentos de diarios que, recientemente, ha publicado el periódico El País. En uno de ellos, el escritor irlandés, John Banville, dice que: “… Cuando no está en su mesa, el escritor se siente vacío…”
Su mesa, su espacio, su casa, su paisaje, su silencio, su ruido, su rincón…
Todos, pienso, necesitamos tener nuestro sitio. Y hablo, concretamente, de un espacio físico, de un territorio, pequeño o grande, que nos acoge, nos preserva del exterior y nos permite conectar con nosotros mismos. Es como cuando de pequeños jugábamos al rescate, o al “hilo cortado”. Siempre había que elegir un lugar: un árbol, una fuente, un banco del parque. Daba igual cual fuese, pero ese lugar era “casa”. Sí, allí no podíamos ser pillados por el amigo, o amiga, que la “ligaba”, y cuya misión era cogerte, o tocarte con la punta de los dedos.
Muchas veces, cansado de hacer mil regates, corriendo en zigzag, asediado, necesitabas llegar a ese punto, a ese banco, a esa fuente… Allí podías parar tu frenética carrera, y descansar, para después de un breve momento, unos segundos, ordenar tus ideas, trazar un plan, y lanzarte nuevamente a la aventura. Quizá el plan sólo consistía en volver a correr, en burlar a los que te perseguían hasta que, rendido, sentías la mano que se agarraba a tu camisa, o te tocaba simplemente, mientras decía: “Tú, la ligas”.
Yo, cuando necesito conectar con mis ideas y mis emociones busco mi lugar, y a veces lo encuentro. No siempre es el mismo, pero, allí, de repente, me siento bien… Lamentablemente, muchas veces, no soy capaz de descubrirlo, y me siento perdido, desasosegado. Recuerdo la película, El Guateque de Blake Edwards. Y recuerdo al genial Peter Sellers buscando, durante toda la fiesta, su sitio, su espacio. Pero no lo encuentra. Todos, con demasiada frecuencia, nos hemos sentido como Peter Sellers, y nos hemos dicho ¿Qué hacemos aquí? Y hemos querido escapar y refugiarnos en nuestro maravilloso rincón. Un sofá, al lado de la ventana, una cafetería especial, un paseo por el monte cuando hace algo de frío, y llevamos las manos en los bolsillos.
Entonces se produce la conexión. Y podemos sonreír, incluso hablar aunque estemos solos, y nos sentimos bien.
En esos rincones, muchos de nosotros, hemos iniciado algún diario, y hemos tratado de recoger en sus páginas, ideas, emociones, recuerdos… Las casas están llenas de diarios a medio escribir.Cuando somos capaces de ser sinceros, cuando conectamos con nosotros y trasladamos al papel nuestros pensamientos, nuestras emociones, entonces, creo yo, que hemos encontrado nuestro sitio.
Aunque lo que escribamos nos duela, nos ponga tristes, o nos haga reír. Nuestro sitio para pensar, para leer, para estar. Muchas veces la prisa, el ruido y los problemas nos conducen, inevitablemente, de “guateque en guateque”, y nos vemos haciendo regates a la vida. Y claro, así, no encontramos “casa”.
Y seguimos corriendo en ese viaje frenético, a ninguna parte.
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(Rafael Herrero es, entre otras muchas cosas, ganador del premio “Kutxa, Ciudad de San Sebastián” , en la modalidad de teatro, con la obra “No me hagas daño” )
0 respuestas a «Encontrar mi sitio»
No siendo en casa, que aquí me encuentro de maravilla en cualquier rincon, hasta en la alacena si es preciso.. cuando salgo y tengo que buscar un espacio donde sentarme a escuchar música, ver un espectáculo , un restaurante, asistir a una conferencia, el lugar donde mejor me encuentro es siempre lo más cerca a un rinco posible, busco que la luz no sea completamente directa pues de esa manera diferencio y aprecio mejor lo que estoy viendo, escuchando. Siempre me pregunto el por qué de esta mania, pero supongo que cada cual tiene la suya en este aspecto… como en todo.
Me afilio a «El club de los rincones» Rafael.
No se, yo lo achaco a que soy hermano pequeño y a que he crecido alerta de las bromas y sustos de mi hermano mayor. Mis escondites, mi lugar de juego, mi lugar de estudio y ahora mi despacho han sido siempre bunquers, con mi espalda pegada a la pared mirando siempre hacia donde esta la puerta, incluso en algún momento de mi vida he cogido estanterías y he rodeado mi mesa de estudio, en casa de mis padres, con ellas. Ese es mi rincón, en ese sitio estudiaba, si, pero también soñaba, jugaba, leía, pensaba y sobre todo, estaba protegido de las bromas y sustos de mi hermano.
Qué gran verdad lo de que los escritores necesitamos nuestro sitio sagrado.
Me mudé de casa hace un par de meses y todavía ando buscando mi lugar, que antes estaba junto a la chimenea y frente a la ventana. Pero les concedí a mis hijos el capricho de tener la tele y la consola en el salón, para que pudieran invitar a los amigos y me he tirado todo el verano escribiendo en la terraza. Ahora que ha acabado el verano, de momento me he apañado con un sitio que está frente a la ventana (pero lejos) y desde el que veo la chimenea (pero poco).
Veremos si cuando empiece el frío no vuelvo a cambiar de ubicación.
Generalizando, que no solo escritores hay en este mundo… ese sitio sagrado es aquél donde a pesar de todas las dificultades nos sentimos más a gusto desarrollando lo que queremos ser, evitando en lo posible la nefasta influencia de un entorno que nos obliga a ser algo económica y socialmente viable según sus términos.
¿¿¿¿Un sitio en el que nos escondemos?????. No creo que ese sitio sea para escondernos, seguramente lo que hacemos es «encontrarnos», siempre perdidos y sin coordenadas. Es un lugar especial, no nos presiona, no nos interroga, no nos mira, nos deja ser nosotros mismos, la forma mas compleja y natural de manifestarnos en esta sociedad tan dispersa.
En ese rincón las preguntas nos las hacemos nosotros y respondemos sin preocuparnos de terceras opiniones.
Si , en mi rincón me busco, y si hay suerte me encuentro.
Quiero uno, si ,quiero un rincón como el que describis. Desde que me levanto hasta que me acuesto no paro. Claro, por eso no he buscado mi rincón. Será un sillón orejero que tengo cerca de la ventana, no, ese es el sitio de Pancho mi gato. Quizás en el ático, si colocara un sofá agradable, ya pero ¿dónde? si el ping pong ocupa media habitación. No sé, los baños tengo que descartarlos y de la cocina estoy hasta…..
Vamos a hacer una cosa si alguno de vosotros tenéis dos rincones, regalarme uno. Me hace mucha falta, necesito ver desde fuera mi vida, desde dentro es agotadora.
Que razón tienes Rafa. Me ha venido muy bien leer este texto hoy que no he conseguido encontrar mi sitio. Es inspirador, gracias.
¡Joder! Voy para los cincuenta y nunca conocí ese sitio. De niño mi dormitorio era una terraza ganada al salón, sin intimidad alguna hasta que me casé. Eramos ocho en casa y un perro, un setter inglés de nombre Pirata; y el piso era de poco más de noventa metros. Ya de mayor, al no haber conocido las bondades de la intimidad, salvo la conyugal, nunca eché de menos tal condición y nunca reclamé ese espacio para mi. Ahora que escribo algo y me he cambiado a una casa más grande he reservado un rincón del dormitorio, junto a un gran ventanal, en el que he puesto una mesa y un sillón de despacho, de IKEA, lo confieso. Pero me encuentro desubicado y desdibujado. Es como si me diera miedo tomar posesión de algo para lo que no sé si estaré a la altura. No termino de atreverme. Seré membrillo.
Gracias Rafa por tus inspiradoras palabras, me has dado el coraje que necesitaba para conquistar mi espacio.