Por César de las Heras
Aun no he regresado. Me fui rodeado de una nebulosa extraña, y sé por qué. Se ha detenido el tiempo entre las cuatro de la tarde del uno de septiembre, y las cuatro de la madrugada del dos. Estoy por la casa de Cris, acaricio a Tres, camino tras la burra que llevaba a Emma, sudo sentado en un banco del ayuntamiento de “Hamelinejo”, reparto pétalos de rosa entre la gente, abrazo a Josué, veo la sonrisa de Luis, de Patricia, el pelo de Miriam, los gemelos de Marisol. Sigo escuchando, sigo ahí. Me sienta bien hacer flash back, y paseo sin quitarme mi chaqueta de terciopelo negro entre los rastros de las sonrisas, entre las pisadas que dejamos, alrededor de la alegría, del festejo.
La tarde comenzó lenta, agradable, impregnada por el calor que tiene la sierra al sur de mi sierra. Las niñas se adornaban despacio. Sentadas, miraban los espejos buscando su cara más bonita, cuando la encontraban, daban paso a otra niña. Mismo espejo, rostros diferentes, caras lindas. Para mí fue un privilegio asistir al ritual, atender a los cambios, observar los rasgos más acentuados, ver crecer los ojos, nacer sombras, tirar líneas.
A las seis llegó el transporte, era hembra, de pelo blanco, noble, alta, serena, tras ella se fue sumando gente de todos los tamaños. El cuento se afanaba en cumplir requisitos, por lo tanto la burra albina vino con esmero. Ariete tras el que la muchedumbre se hizo paso y por supuesto las gaitas, los tamboriles; una inundación no controlada que apartó de un golpe la lentitud del tiempo y nos puso a todos en dirección al ayuntamiento.
Acababa de llamar Josué, ya la esperaba, él había llegado en un coche largo, un coche tan largo que no sabemos si llegó a ponerse en marcha. Algunos decían que el coche se extendía desde la casa de Josué hasta la plaza del pueblo, y que no necesitó desplazamiento alguno. Josué entró por la puerta de atrás, y caminando por el interior del vehículo, apareció en la plaza atravesando como un Hermes poco común la luna delantera de la limosina, un héroe fugaz de traje cafetal y frente fascinante, frente impuesta, que parece amedrentar a unos ojos pillos que saben que lo son.
Si alguien te dice que la felicidad no existe, dile que una vez viste a una mujer clara vestida de ninfa. Dile que volaba a dos metros del suelo sobre una nube con forma de burro. Explícale que la viste surcando el aire rodeada de amigos y que la música le impulsaba haciéndola girar junto a unas flores que crecían en su pelo. Cuenta como el sol no paraba de imaginar colores para dárselos y, cerrando los ojos, en voz baja, al oído, busca la manera de crear con palabras lo que en los rostros hace el amor, el deseo, la ilusión y una espera larga repleta de promesas y cosas por hacer.
Emma llegó a la plaza superando con mucho la entrada de Jesús en Jerusalem, a falta de judíos tuvo lugareños y publico entregado de edades comprendidas. Josué, aliado con la delicadeza, la acercó al suelo. La hizo descender para mirar de frente a la felicidad. Felicidades encontradas, espera concluida, consistorio.
El acto protocolario impuso a los asistentes silencio, calor pesado que a diferencia del respetable se mostró irrespetuoso y una alcaldesa intencionada que añadió al cuento el colmo, la cadencia y la necesidad de saber que sólo somos hombres.
La fiesta nocturna fue al pairo, al raso. La temperatura era perfecta, las mesas circulares, la música exquisita y sin rancheras. El vino, del norte, el cava de otro norte. La cena fue depositándose en las mesas entre andantes ma non tropo lo cual invitó a la charla, a una fluida red de relaciones humanas y divinas, a bailes de servilletas que como derviches populares enrojecían con sus espirales las manos levantadas. Se utilizaron todos los abrazos, todos los besos, todas las sonrisas. Comimos, bebimos, sonreímos y estuvimos en un cuento que ya forma parte de todas nuestras vidas.
¿Lo veis? Es posible el amor, poco importa el futuro, sigue habiendo valientes y yo conozco a dos. Me quedaré un tiempo por aquí, no os preocupéis soy invisible. Pero me gusta formar parte de espacios en los que fui feliz. Temo ir deteriorando mi chaqueta de terciopelo negro y viene el invierno, intentaré mantener la temperatura o me abrazaré a Tres, que me hará un hueco en su caseta. A eso de las seis bajaré hasta la plaza tras un burro en forma de nube y me sentaré en un banco de madera recordando a Neruda. Las noches las pasaré hasta las cuatro haciendo girar servilletas en el jardín de los Lozano y cuando me maree regresaré a casa con la certeza de que así somos y de que así nos va. Gracias chicos.
0 respuestas a «Vestido para una boda (2)»
Como partícipe en el evento, te agradezco Cesar tu poética evocación .
Leyédote he vuelto a paladear el néctar de un tiempo feliz.
Y gracias a vosotros, Enma y Josué
¡ Qué asco da que escribas tan bien, me tienes harto…!
Que bonita noche….(suspiro)
Que bonitos Enma Y Josué
Gozo y fraternidad mientras volaba a la otra parte del globo¡¡¡
«…la música exquisita y sin rancheras», me parece que ambos conceptos son indivisibles.
Un saludo!