…desde los tiempos de Caín y Abel siempre hacía falta una muerte más para satisfacer a un bando, exactamente la muerte que conseguía que la venganza siguiese rodando y con su inercia girase el mundo. Siempre hay que matar a alguien.
Hace años, a raíz de una crítica que publicamos en nuestro antiguo escaparate, LaRevista, leí «Mujeres que van y vienen del baño» de Miguel Fortea, publicado por Libros en Red . Aunque a la novela le faltaban horas de trabajo, me fascinó el universo del autor, su mirada quirúrgica y certera y su inteligente y divertidísimo sentido del humor.
Cuatro años después, llega a mis manos “La ciudad del trueno”, publicada por Plaza & Janés, una novela ambientada en los primeros días de la Guerra Civil. Un libro que yo jamás habría leído ni comprado. Plaza y Janés no está entre mis editoriales de cabecera, la contraportada no hace justicia ni de lejos a la obra de Fortea y la edición es penosa: a la segunda lectura, el libro se desarma (los grandes, siempre ahorrando costes). Por fortuna, Miguel se acordó de que hicimos una crítica de su primer libro cuando no le conocía nadie, y me mandó «La ciudad del Trueno» por correo.
Y, señores, me quito el sombrero.
Esta novela puede satisfacer a los amantes de la novela negra, a los amantes de la novela histórica, a los amantes de las novelas con sentido del humor, a los amantes de las novelas políticas y a los amantes de la literatura.
Fiel a su universo literario, Fortea se mete en la piel de Dalmau, un policía solitario, cínico y bebedor que da sentido a su existencia cumpliendo bien su trabajo. El mismo día que mata al Chino, delincuente de poca monta, le piden que se encargue de la desaparición de la hija de un millonario, que desembocará en un complicado caso con ramificaciones internacionales. Al día siguiente, 13 de julio de 1936, matan a Calvo Sotelo.
Estalla la guerra civil, pero Dalmau, que no cree en derechas ni izquierdas, no tiene una mujercita que le espere con la cena al final del día, ni cachorros que alimentar, insiste en ser un representante de la ley mientras en el resto del país, cada bando se toma la justicia por su mano:
Siguió a la camioneta con las luces apagadas para no despertar sospechas, aunque tan fantasmal estampa pudiese recordar los ataques de la quinta columna fascista que salía por la noche a disparar contra quien se pusiese en su camino
No hay un amo al que obedecer, pero él continua haciendo el trabajo para el que le contrataron: averiguar la verdad. Aunque el Estado no controle la situación y las cosas hayan cambiado radicalmente:
El Chino revivía para seguir amenazándole, para seguir insultando y jurando desde la tumba. La guerra había cambiado los hechos. Él ya no había eliminado a un delincuente, había eliminado a un guerrillero anarquista y alguien se había vengado
“La ciudad del trueno” es hija de Chandler, Hammett, el cine negro americano y Gila. He leído muchas novelas que se desarrollan en la guerra civil, y hasta ésta, en ninguna veía la cotidiana y desorganizada guerra que mi padre, hijo de un miembro de la CNT me contaba:
…milicianos alrededor de dos coches requisados en cuyos laterales habían escrito con pintura blanca CNT-FAI. Iban armados. Charlaban y fumaban en espera de alguna orden a la que desobedecer
Ni la división entre facciones que mi abuelo debía contar indignado cuando volvía de sus reuniones revolucionarias en las tabernas:
Camuflado entre ramas y arbustos vio pasar a la patrulla del amanecer. Estos no eran cinco anarquistas desorganizados. Era todo un pelotón uniformado, escogidos entre los más bragados comunistas. Tenían semblantes serios, barbas cerradas y llevaban los cuellos de sus cazadoras alzados para conjurar el relente del amanecer. Estaban dispuestos a rendir pleitesía a la muerte. Conducían a no menos de veinte reos -rostros fríos, ausentes, ya entregados, ya muertos- a su último destino
Pero el mérito de la novela de Miguel Fortea no acaba en la humanísima mirada sobre la guerra (una mirada similar ya estaba en el Plá de “Advenimiento de la República”, que no es ficción, sino testimonio) No, el mérito de Fortea no acaba ahí. Ni en los sabrosos diálogos, que a unos le recordarán a Bogart y a los gatos nos sonarán a nuestra autóctona chulería madrileña (aunque Dalmau sea valenciano). “La ciudad del trueno” tiene, además, varias tramas complejísimas, todas arrancadas en el primer capítulo (y eso es muy difícil de hacer, se necesita mucho oficio) salpicadas de útiles personajes secundarios que hacen las delicias del lector, como su amigo tabernero exdelincuente y confidente, sus compañeros de oficina, el espía nazi o el mismísimo Hemingway, que introduce a Dalmau en el mundo de los agentes soviéticos (recomiendo a quienes estén interesados en el asunto del papel de los soviets en nuestra guerra, que lean primero «La Ciudad del Trueno» y luego «El hombre que amaba a los perros», de Leonardo Panura)
“La ciudad del trueno” es una novela que entretiene, divierte, deleita y hace pensar. Y, con la que está cayendo, resulta muy oportuna: nos parecemos a nuestros abuelos mucho más de lo que creemos.