Llego a casa después de una maratoniana reunión con el núcleo duro de Proscritos.
El gato, que lleva solo todo el día, no espera a que cierre la puerta para frotarse con mis piernas. Últimamente todo el mundo parece muy necesitado de caricias. Pero el gato tiene que esperar: voy a mirar si uno de los colaboradores ha mandado un artículo que estoy esperando.
Lo ha enviado, pero ha cambiado cosas y no puedo publicarlo sin hablar con él de los cambios. Le mando un mensa por si hay suerte y puede solucionarme las dudas ahora. Así quedaría publicado, los lectores tendrían algo nuevo que leer y yo podría ponerme a trabajar en mi novela. Los proscritos habíamos quedado para comer, y pensaba que iba a volver de Madrid a las siete, pero nos hemos enrollado y son las once de la noche. Miguel hoy ha estado magistral, es un lujo escucharle; tengo que ponerme a trabajar en serio en lo de organizarle charlas-coloquio en la trinchera proscrita.
Éste no contesta al mensa, estará de marcha.
Tendré que escribir yo otro artículo. No sé a qué hora podré ponerme con la novela. Ayer me acosté a las cuatro de la mañana después de una larga y enriquecedora charla con otro de mis amigos, y estoy cansada. Pero tengo que dejar corregidas al menos quince páginas antes de acostarme.
Bueno, el articulito ya está terminado.
Os lo dejo colgado y me pongo a trabajar con la novela.
Ya es mañana.