por Tímido Celador
El Guru estaba sentado en el jardín, tomando el sol, cuando yo salía con mi bolsa de deporte. Se puso la mano a modo de visera para poder mirarme a los ojos.
– ¿Dónde vas?
– Al gimnasio.
– ¿A hacer qué?
– Boxeo.
– ¿Has boxeado antes?
– Sí.
Bajó la mirada, primero mi tripa, después mi bragueta.
– Te hace falta.
Ya no conocía a nadie.
El gimnasio ha cambiado mucho, ahora es una mariconada con secretaria buenorra pintada como una puerta y con pinganillo a la oreja. He preguntado por Jeremías. Ya no está. Claro, no pegaba con este decorado. Ahora ya no hay chavales de clases bajas que quieren salir de la miseria a ostias, sólo oficinistas que quieren bajar barriga.
Pero aunque yo iba buscando un ambiente Million Dólar Baby y me he encontrado con que ahora hay un spá, me ha venido bien sudar un poco y darme cuenta de que me estaba convirtiendo en un tocino.
Mi autoestima necesita objetivos asequibles, e ir al gimnasio ha servido para que me marque uno: recuperar la forma.
Cuando he llegado a casa, me sentía tan bien, que he encendido el ordenador para ver si tenía algún correo. Y no he tomado ninguna precaución al abrir el que tenía de la Sacerdotisa.
“A lo máximo que puedes aspirar en la vida es a tener una coartada.
¿Cuál es la tuya?”
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