por Marisol Oviaño
(pincha para escuchar la canción mientras lees. Si quieres)
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Ésta no es la mejor canción de Bob Marley.
Pero es la que sonará en mi funeral si mis hijos cumplen la que, desde hace muchos años, es mi última voluntad: un funeral irlandés a la española.
Esto es: una fiesta en la que todo el mundo se despendole, como en las bodas.
Nada de llorar porque dejo este cochino mundo en el que fui tan feliz, todos a celebrar que yo haya ido a reunirme con dios: Bob Marley.
Él fue el primer hombre que entró en mí.
Fue un mes de abril, en la oscuridad de un pub de la sierra de Madrid. Mi cuerpo a estrenar sintió con su música algo que nunca antes había experimentado, un placer tan carnal que me llevó a preguntar al pinchadiscos qué invento era aquel. Bob Marley, contestó.
Y desde entonces, Bob y yo andamos juntos.
Hemos conducido miles de kilómetros, yo al volante, él haciéndome más llevadero el viaje. Nos hemos enamorado, nos hemos reído, hemos tomado cañas en las playas de Cádiz, hemos llorado, hemos fumado cigarros de la paz frente a la chimenea los días de nieve, me ha arropado cuando tenía ganas de llorar, me ha hecho cantar con los ojos llenos de lágrimas antes de entrar en la batalla, me ha hecho arrodillarme cuando he salido con vida después… Bob y yo hemos pasado mucho juntos.
Y lo que nos queda.
Mientras hago la comida, me tomo una cerveza y disfruto de la tarea de picar cebollas, tarareo el I shot de sheriff que mi hijo toca una y otra vez a la guitarra eléctrica en su habitación.
La vida no ha hecho más que empezar.
Y Bob y yo seguiremos con vosotros mucho después de que yo muera.
Él me ayudará a seguir anidando en vuestros corazones.