Por Capitana Gomados
Tú eras un amante desmañado y yo casi una niña.
Tú ponías los cuernos,
yo las tetas.
Después de cada encuentro, cuando tu mujer dormía, te arrepentías de todo en la soledad del cuarto de baño y te jurabas: nunca más.
Nuestra pasión fue breve:
tú eras un hombre cobarde,
yo una niña aventurera.
Esta es la última vez,
me decías siempre
y siempre
volvías.
Un día me invitaste a comer, me acariciaste la mano a los postres y me mostraste todo el dinero que llevabas en la cartera: Mira, lo traía por si no podía evitar la tentación y teníamos que ir a un hotel ¡y lo he conseguido!
Regresabas al limbo, aunque no te vi marchar: me estaba enrolando en una tripulación pirata.
Hoy tú eres un viejo con un alto cargo oficial y una corte de lameculos que aguardan tus favores, las migajas que el Estado te da para repartir entre los artistas que te bailan el agua.
Yo soy una mujer y estoy a las órdenes de la Comandante.
Hoy tu cuerpo duele
ya no hay sexo
sólo un sillón mullido en el poder
tu leal esposa, a la que siempre amaste
y los poemas que todavía escribes
sobre las amantes que nunca te atreviste a tener.
Mi barco ha arribado a tu costa para asaltarla, no es nada personal, nada me debes, nada te reprocho.
Pero estás ahí, tu cargo es un objetivo.
Yo sólo cumplo órdenes.
Ya no te provocaría aquel deseo malsano
tú no me producirías un mal pensamiento.
Y sin embargo, mientras mis artificieros colocan los explosivos en los cimientos de tu Ministerio de Poesía, me pregunto si no sería hermoso subir a tu despacho y dejar que besaras
las tetas de una mujer
por última vez.