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El guru y otras hierbas, 52

por Tímido Celador

La Ninfulana, mote que Charlie le ha puesto a Laura, ha sacado al viejo lobo de su letargo.

Y él ha sabido jugar sus cartas con astucia, ha desplegado todo su poderío para conquistarla: lo que en principio iba a ser sólo un trabajo de universitaria aplicada, se ha convertido en algo más gordo.

Le dio a Laura unos cuantos teléfonos, incluso hizo él mismo un par de llamaditas. Y ha conseguido productores que financien un documental, y viejos músicos encantados de poder planchar su arrugada vanidad ante una cámara. Pero eso no es nada comparado con el premio gordo: una chavala tan dulcemente guapa que resulta inquietante.
Laura.
Tan radicalmente feliz, que se para todos los días a desmigajar un saludo rápido conmigo como quien echa las sobras a las gallinas.

Mientras, yo asisto en silencio al milagro de la resurrección de la carne. Incluso he llegado a pensar en escribir a la Sacerdotisa. Pero no, no lo haré. No puedo decirle que estoy sufriendo porque he cumplido la misión que me encomendó.
En primer lugar porque no he sido consciente de haber estado cumpliendo ninguna misión hasta ahora.
En segundo porque sé que de ésta saldré más sabio.
Y en tercero, porque no quiero volver a presentarme ante ella como un llorón.

– Hola ¿qué tal?- dice mi primavera cuando me cruzo con ella-. Oye, con todo este jaleo, no he podido darte las gracias. Déjame que te invite a comer para agradecerte que me hayas presentado a Santi.
Santi.
A eso ha quedado reducido nuestro Guru.

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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 52»

Laura lo tiene fácil y mi querido Tímido Celador bien jodido.
Siempre puedes recurrir a la que he dado en llamar «Maniobra de la gallinácea inversa»: recuérdale a la niña que, pese a sus mil encantos, el Gurú está ingresado en un psiquiátrico.
Y, de paso, hazle saber a la Sacerdotisa que sigues vivo.
Queremos acción (ya sabes, que alguien folle).

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