por artista desconocida
Foto: Popeye
Creemos en lo mismo.
Alfredo lo llama conciencia universal y yo, dios, con minúscula.
Hay que saber perdonar, me dice al otro lado del teléfono.
A él, dios le pide que ponga la mejilla una y otra vez.
A mí, me pide que luche y defienda la vida que me ha dado.
Cada vez que Alfredo recibe un golpe- que siempre viene de la misma persona-, en lugar de ponerse a salvo, perdona y pone la otra mejilla.
Alfredo lo ve como una estación de su viaje hacia dios.
Tú también has perdonado, añade para que comparta su postura.
Yo también he perdonado, sí. Porque me aburren las cosas que me frenan, y el rencor es un lastre. Perdono. Pero cuando reseteo, indexo en mi sistema operativo lo que ahora sé del enemigo. Perdono lo que me hizo y no le deseo ningún mal. Pero sé que volverá a hacérmelo, lo ha vuelto a hacer todas las veces que le he tendido la mano, y lo hará en cuanto vuelva a tener ocasión: no puede evitarlo.
Perdono.
Pero no le daré la oportunidad de que me haga daño otra vez.
Para mí es una cuestión de mera supervivencia.
Alfredo perdona.
Y borra la información que ha obtenido: cada golpe le sorprende y le duele tanto como el primero.
Él lo llama perdón.
Yo lo llamo martirio.
Cada uno tiene su propia manera de acercarse a dios.
0 respuestas a «Sobre el perdón»
esto es parte de algo que tengo por ahí escrito y que el texto completo, es muy largo, con esto que pego aquí, me apaño…
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El ser humano es auto-destructivo y destructor por naturaleza y, sólo pensamos como individuo. Por naturaleza llevamos las situaciones al borde del abismo en infinidad de ocasiones a lo largo de la vida. Estas situaciones que alteramos una y otra vez, son en gran número, nocivas para nosotros pero, aun así una vez ejecutado el acto, volvemos a hacerlo una y otra vez . El ser humano llega al borde del abismo tantas veces como se le permita… obtiene el “perdón” y, otra vez a las andadas…, no es cierto que una vez al borde del precipicio se cambia, simplemente se recapacita momentáneamente , durante un breve periplo.
El perdón, cuando es autentico, tiene la capacidad de borrar el pasado y dejarnos limpios de toda ofensa recibida. Implica el tomar responsabilidad de nuestros actos y de todo lo que nos sucede como consecuencia de ellos. Me imagino a Alfredo como una persona que se levanta cada mañana con la mirada clara de un niño sin ningún miedo a lo que el día le puede traer. ¿Perdono, pero no olvido? ¿Qué clase de perdón es ese? Si vamos guardando cada ofensa de nuestro pasado en nuestro «disco duro», al final no quedará sitio para nada nuevo. Cada línea de código de nuestro sistema operativo se relejará en una mueca en el gesto, en una arruga en el rostro. Prefiero mil veces guardarme un beso, el abrazo de un amigo, una puesta de sol en la playa, antes que una sola de las cosas que otras personas me han hecho a lo largo de mi vida.
Veo a mi hijo de 4 años correr por el bosque riendo y de repente caerse. Se sacude el polvo, llora un ratito y enseguida vuelve a correr feliz entre las ramas y las piedras sin miedo al daño que le pueden hacer ¿No es esto perdonar? Podría decirle: «No te salga del camino, que te puedes caer y vas a llorar. Mira sólo al suelo…» Pero ¿que clase de padre seria entonces?
Y si deseo para mi hijo una vida plena, feliz, libre de miedos y resentimiento ¿porque no querer lo mismo para mi? No pienso quedarme acurrucado en un rincón repasando las ofensas recibidas y temeroso de salir a la calle por el daño que me puedan hacer. ¡Yo perdono! Y si perdono, me olvido, que no tengo tiempo ya para nada que no haga feliz. Y con el autentico perdón recupero la mirada del niño que hay en mi.
Un caso práctico:
X tiene problemas con varias adicciones; por lo que siempre anda dando sablazos, robando y estafando a sus seres queridos.
Sus seres queridos hemos hecho todo lo posible por ayudarle a pesar de que nos ha robado, nos roba y nos seguirá robando todo lo que pueda, pero X no se deja ayudar. X no quiere cambiar. A X no le interesan mis abrazos, ni mis sonrisas, ni mi buen rollo. Sólo le interesa la pasta.
Personalmente, le he perdonado el daño que ha hecho, no pienso en ello y no me hago mala sangre. Tampoco le tengo miedo. Sé que está enfermo, que no acepta ningún tipo de ayuda y que no roba por maldad, sino porque no puede evitarlo.
Pero, si yo siguiera la filosofía del perdón total y olvidara cuál es el «modus operandi» de X, cada vez que él necesitara pasta (siempre), le daría a él el dinero con el que doy de comer a mis hijos, y todos acabaríamos en la calle con el estómago vacío.
Y estoy segura de que entonces Fer sería el primero en decirme: ¿qué estás haciendo?